Seeking the Face of the Lord
Agradezcamos a Dios por el ejemplo del Obispo Bruté
y por nuestros dedicados sacerdotes
El próximo Domingo del Buen Pastor y el aniversario número 42 de mi ordenación me llevaron a reflexionar acerca del sacerdocio y nuestro obispo fundador, Simon Bruté. Era un extraordinario y santo sacerdote.
El Obispo Bruté era un sacerdote francés muy bien preparado y a quien se le llamaba “el poder silente” de la Iglesia en sus inicios en Estados Unidos.
Se le honraba con esas palabras debido a su visión misionaria y el amor por la Iglesia; se le respetaba por su prudencia y se le admiraba por su santidad.
Con los ojos de la fe, era un hombre de esperanza. Tengamos en cuenta que cuando comenzó como obispo de Indiana y la mitad de Illinois—incluyendo Chicago—tenía tres sacerdotes para que le ayudaran en circunstancias verdaderamente difíciles. Sin embargo, le escribió a un obispo amigo: “Por lo general mis problemas se encuentran más en la superficie y hay paz en las profundidades de mi corazón donde habita un abandono puro y simple, únicamente para Dios.”
Nuestro primer obispo es un buen modelo para el sacerdocio ya que los sacerdotes son intercesores en la oración, misionarios del mundo, intercesores ante lo sagrado y misionarios de amor y misericordia, una misión idéntica a la de Simon Bruté.
El Obispo Bruté fue el director espiritual de Santa Elizabeth Ann Seton por muchos años. Le escribió: “Reza, reza, reza constantemente por la Iglesia, especialmente en América y por esta diócesis.”
Las palabras del obispo fueron oportunas. Los sacerdotes son mediadores del misterio divino como intercesores en la oración. Al momento de nuestra ordenación se nos impone el oficio de exaltar a Dios en alabanza para su bien y majestad y por la dádiva de nuestra salvación. Intercedemos por la comunidad por medio de la oración comunitaria; en privado rezamos a diario por la comunidad y en su nombre. Con mayor frecuencia rezamos la Liturgia de las Horas en privado, pero no rezamos para obtener gracias particulares. Con gran frecuencia la gente nos pide: “Padre, rece por mí.” Se trata de un ministerio de confianza.
Se dice que en una amarga noche de invierno, llamaron al obispo Bruté para que asistiera a un hombre moribundo que vivía a varias millas de Vincennes. Después de caminar una distancia corta por las nieves profundas, su guía comenzó a quejarse y luego se resistió a proseguir porque sus pies estaban helados. El obispo Bruté, quien iba rezando el Rosario, le dijo al hombre: “Camina sobre mis pisadas.” Y eso hizo el hombre y todo salió bien.
Los sacerdotes somos intercesores de los misterios sagrados donde quiera que se nos llame a servir. Acompañamos a nuestros hermanos desde el momento de su nacimiento hasta las puertas del cielo. De la cuna a la tumba, tratamos de servir de guías, ofrecer consuelo, ser ministros de salvación y agentes de la gracia sacramental junto a innumerables hermanos y hermanas. La celebración de los sacramentos, por encima de todo, la Eucaristía, es un privilegio increíble y una responsabilidad.
Ciertamente se puede decir que es la principal razón de nuestra ordenación. Cristo nos llamó por medio de la Iglesia, por medio de la voz del obispo, para llevar su mensaje de salvación al pueblo de Dios y para hacerlo a través de la administración de los sacramentos. En ocasiones se los llama a andar penosamente por la nieve profunda.
Antes de que se convirtiera en nuestro primer obispo, el Padre Bruté era un reconocido profesor de seminario. La historia cuenta sobre su profunda preocupación por enseñar la fe de manera efectiva. El papel principal de un sacerdote en el ministerio es ser un intercesor de la Palabra de Dios revelada en Jesucristo. Durante nuestra ordenación se nos otorga la cualidad de dirigentes para proclamar la Palabra de Dios. Se nos autoriza y se nos reviste como servidores leales de Su Palabra todo el tiempo. Las palabras pronunciadas durante nuestra ordenación retumban por siempre en nuestros oídos: “Medita la Palabra de Dios con regocijo. Cree en lo que lees, enseña lo que crees y practica lo que enseñas.”
Somos misionarios del amor de Dios y de su misericordia. El Obispo Bruté anduvo a pie en la nieve profunda para llevar el amor y la misericordia de Dios a un hombre moribundo. Durante toda su vida se le procuró como director espiritual y confesor. Como pastores de almas es nuestro privilegio aliviar las penas de las personas, especialmente a través del sacramento de la penitencia.
Cuando el Obispo Bruté murió, uno de sus sacerdotes escribió: “El Obispo Bruté dio el ejemplo más claro de cariño fraternal. Cuando estábamos con él no sentíamos cansancio; nada se nos hacía difícil y prácticamente no nos dábamos cuenta de que éramos pobres a pesar de que estábamos privados de casi todos lo básico de la vida.”
Así como los sacerdotes nos necesitamos unos a otros, también necesitamos a todos nuestros hermanos y ellos nos necesitan a nosotros. Juntos, al igual que el Obispo Bruté, podemos estar unos con otros para que nada parezca difícil y el sentimiento de cansancio desaparece.
Este domingo démosle gracias a Dios por el obsequio de nuestros sacerdotes dedicados. †