Seeking the Face of the Lord
La oración es una conexión profunda con Dios
en nuestra vida diaria
El Papa Benedicto XVI expresó a los peregrinos en Colonia: “No son las ideologías las que salvan el mundo, sino sólo dirigir la mirada al Dios viviente, que es nuestro creador, el garante de nuestra libertad, el garante de lo que es realmente bueno y auténtico. La revolución verdadera consiste únicamente en mirar a Dios, que es la medida de lo que es justo y, al mismo tiempo, es el amor eterno. Y ¿qué puede salvarnos sino el amor?”
Un comentarista de la encíclica del Santo Padre “Dios es amor” recordó lo que el zorro dijo al Principito en el cuento de Saint-Exupery: “Sólo con el corazón se puede ver bien. Lo esencial es invisible a los ojos. Los hombres han olvidado esta verdad. Tú no debes olvidarlo.” Esta idea expresa muy bien la forma como el papa nos invita a desempeñar la práctica de la caridad: “ver con los ojos del corazón.”
Como sucesores de los apóstoles, la principal responsabilidad de los obispos es llevar a cabo la diaconía en nuestras iglesias particulares.
Muchos integrantes de la diócesis ayudan al obispo a cumplir con esta responsabilidad. Nos vienen a la mente las agencias de caridad católicas y organizaciones tales como la Sociedad San Vicente de Paul, y muchas otras más.
El Santo Padre escribió: “Han de ser, pues, personas movidas ante todo por el amor de Cristo, personas cuyo corazón ha sido conquistado por Cristo con su amor, despertando en ellos el amor al prójimo….El colaborador de toda organización caritativa católica quiere trabajar con la Iglesia y, por tanto, con el Obispo, con el fin de que el amor de Dios se difunda en el mundo.”
El Papa hizo énfasis en el hecho de que “La íntima participación personal en las necesidades y sufrimientos del otro se convierte así en un darme a mí mismo: para que el don no humille al otro, no solamente debo darle algo mío, sino a mí mismo; he de ser parte del don como persona.”
Aquellos que sirven no son superiores a los auxiliados, independientemente de lo lamentable de la situación. “Cristo ocupó el último puesto en el mundo—la cruz— y precisamente con esta humildad radical nos ha redimido y nos ayuda constantemente.
“La experiencia de la inmensa necesidad puede, por un lado, inclinarnos hacia la ideología que pretende realizar ahora lo que, según parece, no consigue el gobierno de Dios sobre el mundo: la solución universal de todos los problemas. Por otro, puede convertirse en una tentación a la inercia ante la impresión de que, en cualquier caso, no se puede hacer nada. En esta situación, el contacto vivo con Cristo es la ayuda decisiva para continuar en el camino recto.”
Estas ideas conducen al Santo Padre a una cuestión final aun más importante. “La oración se convierte en estos momentos en una exigencia muy concreta, como medio para recibir constantemente fuerzas de Cristo. Quien reza no desperdicia su tiempo, aunque todo haga pensar en una situación de emergencia y parezca impulsar sólo a la acción. La piedad no escatima la lucha contra la pobreza o la miseria del prójimo. La beata Teresa de Calcuta es un ejemplo evidente de que el tiempo dedicado a Dios en la oración no sólo deja de ser un obstáculo para la eficacia y la dedicación al amor al prójimo, sino que es en realidad una fuente inagotable para ello. En su carta para la Cuaresma de 1996 la beata escribía a sus colaboradores laicos: ‘Nosotros necesitamos esta unión íntima con Dios en nuestra vida cotidiana. Y ¿cómo podemos conseguirla? A través de la oración.’
“Ha llegado el momento de reafirmar la importancia de la oración ante el activismo y el secularismo de muchos cristianos comprometidos en el servicio caritativo....La familiaridad con el Dios personal y el abandono a su voluntad impiden la degradación del hombre, lo salvan de la esclavitud de doctrinas fanáticas y terroristas.”
El Santo Padre abordó brevemente el tema de la tentación de dudar de la bondad de Dios. “A menudo no se nos da a conocer el motivo por el que Dios frena su brazo en vez de intervenir [ante nuestro sufrimiento]. Por otra parte, Él tampoco nos impide gritar como Jesús en la cruz: ‘Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?’ Deberíamos permanecer con esta pregunta ante su rostro, en diálogo orante: ‘¿Hasta cuándo, Señor, vas a estar sin hacer justicia, tú que eres santo y veraz?’....En efecto, los cristianos siguen creyendo, a pesar de todas las incomprensiones y confusiones del mundo que les rodea, en la ‘bondad de Dios y su amor al hombre.’ ”
La segunda sección de la encíclica del papa termina con estas palabras: “El amor es posible, y nosotros podemos ponerlo en práctica porque hemos sido creados a imagen de Dios. Vivir el amor y, así, llevar la luz de Dios al mundo: a esto quisiera invitar con esta encíclica.” †