Buscando la
Cara del Señor
La Eucaristía está estrechamente vinculada a otros sacramentos de la Iglesia
(Cuarto de la serie)
La exhortación apostólica del Papa Benedicto XVI sobre la Eucaristía, titulada “El Sacramento de la Caridad,” describe la relación de la Eucaristía con otros sacramentos de la Iglesia.
El Bautismo, la Confirmación y la Eucaristía son los sacramentos de la iniciación. “Puesto que la Eucaristía es verdaderamente fuente y culmen de la vida y de la misión de la Iglesia, el camino de iniciación cristiana tiene como punto de referencia la posibilidad de acceder a este sacramento. A este respecto, como han dicho los Padres sinodales, hemos de preguntarnos si en nuestras comunidades cristianas se percibe de manera suficiente el estrecho vínculo que hay entre el Bautismo, la Confirmación y la Eucaristía” (n. 17).
El Papa cuestiona si el orden de los Sacramentos de la iniciación requiere mayor atención. Las costumbres eclesiásticas de Oriente y las prácticas occidentales son distintas. Las diferencias son de índole pastoral, no dogmática.
La costumbre Oriental es confirmar a los infantes al momento del bautismo. En el rito romano la confirmación de los jóvenes generalmente ocurre después de la Primera Comunión a distintas edades. El Papa pidió que, en cooperación con la Curia Romana, las Conferencias Episcopales verifiquen la eficacia de los procesos actuales (cf. n. 18).
El Santo Padre escribe: “Se ha de tener siempre presente que toda la iniciación cristiana es un camino de conversión, que se debe recorrer con la ayuda de Dios y en constante referencia a la comunidad eclesial, ya sea cuando es el adulto mismo quien solicita entrar en la Iglesia, como ocurre en los lugares de primera evangelización y en muchas zonas secularizadas, o bien cuando son los padres los que piden los Sacramentos para sus hijos” (n. 19).
Resalta que los sacramentos de la iniciación no son momentos cruciales únicamente para aquellos que los reciben, sino para toda la familia. Expresa: “Quisiera subrayar aquí la importancia de la primera Comunión” (n. 19).
Existe una relación intrínseca entre la Eucaristía y el sacramento de la reconciliación. El amor por la Eucaristía conlleva a apreciar cada vez más el sacramento de la reconciliación. “Efectivamente, como se constata en la actualidad, los fieles se encuentran inmersos en una cultura que tiende a borrar el sentido del pecado, favoreciendo una actitud superficial que lleva a olvidar la necesidad de estar en gracia de Dios para acercarse dignamente a la Comunión sacramental” (n. 20).
Quizás convendría abordar este tema tan delicado. En el afán de la Iglesia de promover la Comunión frecuente, pareciera que todos se sienten obligados a recibir la Comunión, independientemente de cuál sea su estado espiritual; privarse de recibirla parece ser motivo de vergüenza. El hecho es que nadie debería sentirse obligado a recibir la Comunión, con todas las connotaciones que tiene esta práctica, y nadie debería juzgar precipitadamente a aquellos que no la reciben en determinada ocasión.
El Papa Benedicto observó: “El Sínodo ha recordado que es cometido pastoral del Obispo promover en su propia diócesis una firme recuperación de la pedagogía de la conversión que nace de la Eucaristía, y fomentar entre los fieles la confesión frecuente. ... Pido a los Pastores que vigilen atentamente sobre la celebración del sacramento de la Reconciliación, limitando la praxis de la absolución general exclusivamente a los casos previstos, siendo la celebración personal la única forma ordinaria” (n. 21).
Se ha vuelto común la práctica de servicios de reconciliación comunal; por supuesto, deben tomarse las medidas necesarias para permitir la confesión individual de los pecados y el acto de contrición necesario, el otorgamiento de una penitencia y la absolución individual.
“En fin, una praxis equilibrada y profunda de la indulgencia, obtenida para sí o para los difuntos, puede ser una ayuda válida para una nueva toma de conciencia de la relación entre Eucaristía y Reconciliación. Con la indulgencia se gana ‘la remisión ante Dios de la pena temporal por los pecados, ya perdonados en lo referente a la culpa.’ El recurso a las indulgencias nos ayuda a comprender que sólo con nuestras fuerzas no podremos reparar el mal realizado y que los pecados de cada uno dañan a toda la comunidad” (n. 21).
Las enseñanzas de la Iglesia sobre las indulgencia se basan en la doctrina de los méritos infinitos de Cristo que se encuentran a disposición para ayudar y expiar a todos los cristianos; asimismo, se basan en nuestras enseñanzas sobre la comunión de los santos. Nuestra unión con los santos abarca el entendimiento de que la vida sobrenatural de cada uno puede ayudar a los demás.
La exhortación vincula la Eucaristía y la Unción de los enfermos. “Jesús no solamente envió a sus discípulos a curar a los enfermos; sino que instituyó también para ellos un sacramento específico: la Unción de los enfermos. … Si la Eucaristía muestra cómo los sufrimientos y la muerte de Cristo se han transformado en amor, la Unción de los enfermos, por su parte, asocia al que sufre al ofrecimiento que Cristo ha hecho de sí para la salvación de todos, de tal manera que él también pueda, en el misterio de la comunión de los santos, participar en la redención del mundo” (n. 22).
Además de la Unción de los enfermos, la Iglesia ofrece la Eucaristía como viático a aquellos que están a punto de abandonar esta vida para darles fuerzas para recorrer su camino. †