Buscando la
Cara del Señor
La relación entre la Eucaristía y las órdenes sagradas se ve con mayor claridad en la misa
(Quinto de la serie)
La exhortación apostólica “El sacramento de la caridad” ofrece una reflexión sobre la Eucaristía y el sacramento de las órdenes sagradas.
“La relación intrínseca entre Eucaristía y sacramento del Orden se desprende de las mismas palabras de Jesús en el Cenáculo: ‘haced esto en conmemoración mía’ (Lc 22,19). En efecto, la víspera de su muerte, Jesús instituyó la Eucaristía y fundó al mismo tiempo el sacerdocio de la nueva Alianza. Él es sacerdote, víctima y altar: mediador entre Dios Padre y el pueblo (cf. Hb 5,5-10), víctima de expiación (cf. 1 Jn 2:2, 4:10) que se ofrece a sí mismo en el altar de la cruz. Nadie puede decir ‘esto es mi cuerpo’ y ‘éste es el cáliz de mi sangre’ si no es en el nombre y en la persona de Cristo, único sumo sacerdote de la nueva y eterna Alianza” (cf. Hb 8-9) (n. 23).
El Santo Padre recuerda varios puntos importantes sobre la relación existente entre el sacramento de la Eucaristía y las órdenes sagradas. “Ante todo, se ha de reafirmar que el vínculo entre el Orden sagrado y la Eucaristía se hace visible precisamente en la Misa presidida por el Obispo o el presbítero en la persona de Cristo como cabeza.
“La doctrina de la Iglesia considera la ordenación sacerdotal condición imprescindible para la celebración válida de la Eucaristía. En efecto, ‘en el servicio eclesial del ministerio ordenado es Cristo mismo quien está presente en su Iglesia como Cabeza de su cuerpo, Pastor de su rebaño, sumo sacerdote del sacrificio redentor’ (Catecismo de la Iglesia Católica, #1548). Ciertamente, el ministro ordenado ‘actúa también en nombre de toda la Iglesia cuando presenta a Dios la oración de la Iglesia y sobre todo cuando ofrece el sacrificio eucarístico’ (Ibíd., #1555). Es necesario, por tanto, que los sacerdotes sean conscientes de que nunca deben ponerse ellos mismos o sus opiniones en el primer plano de su ministerio, sino a Jesucristo. Todo intento de ponerse a sí mismos como protagonistas de la acción litúrgica contradice la identidad sacerdotal. Antes que nada, el sacerdote es servidor y tiene que esforzarse continuamente en ser signo que, como dócil instrumento en sus manos, se refiere a Cristo. Esto se expresa particularmente en la humildad con la que el sacerdote dirige la acción litúrgica, obedeciendo y correspondiendo con el corazón y la mente al rito, evitando todo lo que pueda dar precisamente la sensación de un protagonismo suyo inoportuno” (n. 23).
El Sínodo sobre la Eucaristía hizo énfasis nuevamente en que el sacerdocio ministerial, por medio de la ordenación, exige la completa configuración con Cristo.
“Respetando la praxis y las diferentes tradiciones orientales, es necesario reafirmar el sentido profundo del celibato sacerdotal, considerado con razón como una riqueza inestimable. … El hecho de que Cristo mismo, sacerdote para siempre, viviera su misión hasta el sacrificio de la cruz en estado de virginidad es el punto de referencia seguro para entender el sentido de la tradición de la Iglesia latina a este respecto. Así pues, no basta con comprender el celibato sacerdotal en términos meramente funcionales. En realidad, representa una especial configuración con el estilo de vida del propio Cristo. Dicha opción es ante todo esponsal; es una identificación con el corazón de Cristo Esposo que da la vida por su Esposa” (n. 24).
El Papa Benedicto XVI escribe: “Junto con la gran tradición eclesial, con el Concilio Vaticano II y con los Sumos Pontífices predecesores míos, reafirmo la belleza y la importancia de una vida sacerdotal vivida en el celibato, como signo que expresa la dedicación total y exclusiva a Cristo, a la Iglesia y al Reino de Dios, y confirmo por tanto su carácter obligatorio para la tradición latina. El celibato sacerdotal, vivido con madurez, alegría y entrega, es una grandísima bendición para la Iglesia y para la sociedad misma” (n. 24).
El Sínodo consideró la difícil situación que ha surgido en distintas diócesis que sufren escasez de sacerdotes.
“Es preciso, además, hacer un trabajo de sensibilización capilar. … En el Sínodo se ha discutido también sobre las iniciativas pastorales que se han de emprender para favorecer, sobre todo en los jóvenes, la apertura interior a la vocación sacerdotal” (n. 25).
El Santo Padre advierte que la escasez actual no debe ocasionar que los obispos sean menos cuidadosos a la hora de admitir candidatos al sacerdocio. También hizo énfasis en que el cuidado pastoral de las vocaciones debe involucrar a toda la comunidad cristiana en cada área de la vida; invita a explorar el tema con las familias, que por lo general se muestran indiferentes o incluso opuestas a la idea de la vocación sacerdotal.
El Papa indica que debemos tener una fe y una esperanza aun mayores en la providencia divina. Finalmente extiende unas palabras de agradecimiento especiales a los obispos, sacerdotes y diáconos que sirven fiel y generosamente. †