Buscando la
Cara del Señor
La espiritualidad eucarística abarca la vida por completo
(Décimo tercero de la serie)
No resulta sorprendente que el asunto de vivir la obligación dominical se convirtiera en tema de discusión para el Sínodo de Obispos sobre la Eucaristía celebrado en 2005.
El Papa Benedicto XVI escribe en su exhortación sobre la Eucaristía: “Los Padres sinodales, conscientes de este nuevo principio de vida que la Eucaristía pone en el cristiano, han reafirmado la importancia del precepto dominical para todos los fieles, como fuente de libertad auténtica, para poder vivir cada día según lo que han celebrado en el ‘día del Señor’ (n. 73).
“En efecto, la vida de fe peligra cuando ya no se siente el deseo de participar en la Celebración eucarística, en que se hace memoria de la victoria pascual. Participar en la asamblea litúrgica dominical, junto con todos los hermanos y hermanas con los que se forma un solo cuerpo en Jesucristo, es algo que la conciencia cristiana reclama y que al mismo tiempo la forma. Perder el sentido del domingo, como día del Señor para santificar, es síntoma de una pérdida del sentido auténtico de la libertad cristiana, la libertad de los hijos de Dios” (n. 73).
El Papa Juan Pablo II escribió una carta apostólica, titulada “Dies Domini” (“El día del Señor”). El Papa Benedicto hace referencia a ella.
“[A] propósito de las diversas dimensiones del domingo para los cristianos: es dies Domini, con referencia a la obra de la creación; dies Christi como día de la nueva creación y del don del Espíritu Santo que hace el Señor Resucitado; dies Ecclesiae como día en que la comunidad cristiana se congrega para la celebración; dies hominis como día de alegría, descanso y caridad fraterna (n. 73).
“Por tanto, este día se manifiesta como fiesta primordial en la que cada fiel, en el ambiente en que vive, puede ser anunciador y custodio del sentido del tiempo. En efecto, de este día brota el sentido cristiano de la existencia y un nuevo modo de vivir el tiempo, las relaciones, el trabajo, la vida y la muerte … —aun cuando el sábado por la tarde, desde las primeras Vísperas, ya pertenezca al domingo y esté permitido cumplir el precepto dominical—es preciso recordar que el domingo merece ser santificado en sí mismo, para que no termine siendo un día ‘vacío de Dios’ ” (n. 73).
El Papa plantea la cuestión de que el domingo también debe ser un día de descanso del trabajo. Reconoce que este es un asunto controlado por la sociedad civil. Asevera que al reconocer el Día del Señor como un día de descanso de las faenas diarias produce una “relativización del trabajo, que debe estar orientado al hombre: el trabajo es para el hombre y no el hombre para el trabajo (n. 74)
Su exhortación aborda el problema de las comunidades cristianas que carecen de sacerdotes y en las cuales, como consecuencia, no es posible celebrar la misa en el Día del Señor. “A este respecto, se ha de reconocer que nos encontramos ante situaciones bastante diferentes entre sí. El Sínodo, ante todo, ha recomendado a los fieles acercarse a una de las iglesias de la diócesis en que esté garantizada la presencia del sacerdote, aun cuando eso requiera un cierto sacrificio” (n. 75). Después de una instrucción apropiada sobre la diferencia entre la Misa y la asamblea dominical en ausencia de un sacerdote, al Ordinario local puede concedérsele la facultad de distribuir la comunión en la liturgia sin la presencia de un sacerdote.
El Papa Benedicto nos recuerda que la importancia del domingo como el Dies Ecclesiae (el día de la Iglesia), evoca la relación intrínseca entre la victoria de Jesús sobre el mal y la muerte, y nuestra afiliación con su cuerpo eclesiástico.
“En efecto, en el Día del Señor todo cristiano descubre también la dimensión comunitaria de su propia existencia redimida. Participar en la acción litúrgica, comulgar el Cuerpo y la Sangre de Cristo quiere decir, al mismo tiempo, hacer cada vez más íntima y profunda la propia pertenencia a Él, que murió por nosotros. … El fenómeno de la secularización, que comporta aspectos marcadamente individualistas, ocasiona sus efectos deletéreos sobre todo en las personas que se aíslan, y por el escaso sentido de pertenencia. El cristianismo, desde sus comienzos, supone siempre una compañía, una red de relaciones vivificadas continuamente por la escucha de la Palabra, la Celebración eucarística y animadas por el Espíritu Santo” (n. 76).
Los Padres Sinodales afirmaron: “Los fieles cristianos necesitan comprender más profundamente las relaciones entre la Eucaristía y la vida cotidiana. La espiritualidad eucarística no es solamente participación en la Misa y devoción al Santísimo Sacramento. Abarca la vida entera” (n. 77).
El Papa Benedicto afirma que esta observación fue especialmente reveladora ya que uno de los graves efectos de la secularización de nuestra cultura es que relega la fe a los márgenes de la vida, como si no significara nada en la vida cotidiana, como si Dios no existiera. Asegura: “Jesucristo no es una simple convicción privada o una doctrina abstracta, sino una persona real cuya entrada en la historia es capaz de renovar la vida de todos” (n. 77). †