Buscando la
Cara del Señor
La Eucaristía es el origen de todas las formas de santidad
(Décimo sexto y último de la serie)
Esta semana concluyo mi resumen y breve comentario sobre la exhortación apostólica del Papa Benedicto XVI, titulada “Sacramentum Caritatis” (“El sacramento de la caridad”), sobre la Eucaristía que se publicó a comienzos de este año.
Esta exhortación expone la esencia de las presentaciones y propuestas producto del Sínodo Internacional de Obispos sobre la Eucaristía.
Sin embargo, la enseñanza tan extensa presentada por el Santo Padre indudablemente exhibe las marcas de su propio ingenio teológico y espiritual. No puedo imaginarme otra enseñanza más significativa y oportuna que toque de manera tan fundamental la vida de nuestra Iglesia.
Hacia el final de la exhortación, el Papa reflexiona sobre las implicaciones sociales del misterio eucarístico. Escribe: “La unión con Cristo que se realiza en el Sacramento nos capacita también para nuevos tipos de relaciones sociales: ‘la “mística” del Sacramento tiene un carácter social.’ En efecto, ‘la unión con Cristo es al mismo tiempo unión con todos los demás a los que Él se entrega. No puedo tener a Cristo sólo para mí; únicamente puedo pertenecerle en unión con todos los que son suyos o lo serán.’ … La Eucaristía es sacramento de comunión entre hermanos y hermanas que aceptan reconciliarse en Cristo, el cual ha hecho de judíos y paganos un pueblo solo, derribando el muro de enemistad que los separaba
(cf. Ef 2:14). Sólo esta constante tensión hacia la reconciliación permite comulgar dignamente con el Cuerpo y la Sangre de Cristo (cf. Mt 5:23-24). Cristo, por el memorial de su sacrificio, refuerza la comunión entre los hermanos y, de modo particular, apremia a los que están enfrentados para que aceleren su reconciliación abriéndose al diálogo y al compromiso por la justicia. No cabe duda de que las condiciones para establecer una paz verdadera son la restauración de la justicia, la reconciliación y el perdón. De esta toma de conciencia nace la voluntad de transformar también las estructuras injustas para restablecer el respeto de la dignidad del hombre, creado a imagen y semejanza de Dios. La Eucaristía, a través de la puesta en práctica de este compromiso, transforma en vida lo que ella significa en la celebración” (n. 89).
Al igual que hizo en su primera encíclica “Deus Caritas Est” (“Dios es amor”), el Papa Benedicto destaca que a la Iglesia no le corresponde la tarea de involucrarse en la política para crear una sociedad que sea lo más justa posible. Sin embargo la Iglesia “debe insertarse en ella a través de la argumentación racional y debe despertar las fuerzas espirituales, sin las cuales la justicia, que siempre exige también renuncias, no puede afirmarse ni prosperar” (n. 89).
Más adelante, observa “En efecto, quien participa en la Eucaristía ha de comprometerse en construir la paz en nuestro mundo marcado por tantas violencias y guerras, y de modo particular hoy, por el terrorismo, la corrupción económica y la explotación sexual». Todos estos problemas, que a su vez engendran otros fenómenos degradantes, son los que despiertan viva preocupación. Sabemos que estas situaciones no se pueden afrontar de una manera superficial. Precisamente, gracias al Misterio que celebramos, deben denunciarse las circunstancias que van contra la dignidad del hombre, por el cual Cristo ha derramado su sangre, afirmando así el alto valor de cada persona” (n. 89).
El Papa Benedicto se refiere a la Eucaristía como “el alimento de la verdad y la indigencia del hombre”. Escribe: “No podemos permanecer pasivos ante ciertos procesos de globalización que con frecuencia hacen crecer desmesuradamente en todo el mundo la diferencia entre ricos y pobres. … es imposible permanecer callados ante ‘las imágenes sobrecogedoras de los grandes campos de prófugos o de refugiados—en muchas partes del mundo— concentrados en precarias condiciones para librarse de una suerte peor, pero necesitados de todo. Estos seres humanos, ¿no son nuestros hermanos y hermanas? ¿Acaso sus hijos no vienen al mundo con las mismas esperanzas legítimas de felicidad que los demás?’ El Señor Jesús, Pan de vida eterna, nos apremia y nos hace estar atentos a las situaciones de pobreza en que se halla todavía gran parte de la humanidad: son situaciones cuya causa implica a menudo un clara e inquietante responsabilidad por parte de los hombres” (n. 90).
El Santo Padre desafía acertadamente la conciencia de la humanidad. Asevera que nuestro compromiso común con la verdad puede y debe proporcionarnos nuevas esperanzas. “El alimento de la verdad nos impulsa a denunciar las situaciones indignas del hombre, en las que a causa de la injusticia y la explotación se muere por falta de comida, y nos da nueva fuerza y ánimo para trabajar sin descanso en la construcción de la civilización del amor” (n. 90). Hace un llamado a las diócesis y a las comunidades Cristianas para que enseñen y promuevan la doctrina social de la Iglesia. Señala brevemente que la espiritualidad eucarística se concentra en la “tela de la sociedad” y el respeto a toda la creación, incluyendo el bienestar de nuestro medio ambiente.
El Santo Padre concluye su exhortación: “Queridos hermanos y hermanas, la Eucaristía es el origen de toda forma de santidad, y todos nosotros estamos llamados a la plenitud de vida en el Espíritu Santo. … Por eso, es necesario que en la Iglesia se crea realmente, se celebre con devoción y se viva intensamente este santo Misterio” (n. 94). †