Buscando la
Cara del Señor
María es un símbolo de esperanza firme y silente
(Décimo tercero de la serie)
Estabas allí cuando lo bajaron de la Cruz?”
El cuerpo de Jesús fue colocado en los brazos de su madre, María. Generalmente la décima primera estación del Vía Crucis se representa como La Piedad, el difunto Jesús en los brazos de María.
Cuando salí de Saint Meinrad para convertirme en obispo de Memphis en 1987, el padre benedictino, Donald Walpole, me entregó una imagen impactante de La Piedad que él mismo había pintado.
En la boca y en el corazón de María colocó un texto extraído del libro de las Lamentaciones 1:12: “Observad y ved si hay dolor como mi dolor.”
La predicción de Simeón durante la Presentación de Jesús en el Templo se había vuelto realidad: Una espada de dolor había atravesado el corazón de María mientras se encontraba fielmente junto a Jesús cuando la lanza de un soldado atravesó su costado. Ahora, el sufrimiento de su hijo había llegado a su final.
Tan sólo podemos asumir que de alguna forma María estaba consciente del propósito de la Pasión y muerte de su hijo y que había hallado consuelo en ese conocimiento.
Al meditar sobre el significado de la décima tercera estación de la Cruz lo hacemos con emociones encontradas.
El asombro silente constituye una respuesta natural. Nos compadecemos ante el dolor de una madre afligida.
El difunto Cardenal Juan J. Wright reflexionó: “María, pese a estar amparada por una fe más ardiente que nunca, debió hallarse en el Calvario luchando contra los temores más intensos que jamás haya conocido mientras se encontraba junto a la Cruz de Jesús. … La medida del dolor de María es también la medida de su amor, y nosotros que no podemos igualar la pureza del amor de María por Jesús, no podemos darnos cuenta de la agonía que le causaba la escena de su sufrimiento ...” (Palabras de dolor, Ignatius Press, p. 81).
Quizás sólo una madre puede realmente comprender por completo el sufrimiento de la Madre de Jesús cuando recibió su cuerpo extenuado de la cruz.
Antes de morir, Jesús conoció la ansiedad de ver el sufrimiento de su madre. En una reflexión sobre el sufrimiento de Jesús por su madre, el cardenal escribió: “Vio a la última persona en este mundo que le desearía este final con la vista clavada en Él y una lealtad firme” (Ibid. p. 83). Seguramente su madre estaba retorcida de dolor mientras permanecía junto a Él hasta el amargo final.
San Bernardo de Clairvaux le tenía una gran devoción a María. No puedo agregarle nada a una homilía en la cual hizo énfasis en que Jesús nos dejó a María como un poderoso faro para que supiéramos siempre adonde acudir si nos perdemos.
De manera dramática, dijo: “Si se levanta la tempestad de las tentaciones, si caes en el escollo de las tristezas, eleva tus ojos a la Estrella del Mar: ¡invoca a María! Si te golpean las olas de la soberbia, de la maledicencia, de la envidia, mira a la estrella, ¡invoca a María! Si la cólera, la avaricia, la sensualidad de tus sentidos quieren hundir la barca de tu espíritu, que tus ojos vayan a esa estrella: ¡invoca a María! Si ante el recuerdo desconsolador de tus muchos pecados y de la severidad de Dios, te sientes ir hacia el abismo del desaliento o de la desesperación, lánzale una mirada a la estrella, e invoca a la Madre de Dios. … y con su favor llegarás felizmente al puerto” (Cf. En conversación con Dios, Scepter Press, Vol. 2, p. 464).
La Santa Madre María asumió un papel de crucial importancia mientras se desarrollaba la historia de nuestra redención.
En el plan de Dios, su parte importante en la fundación del cristianismo fue mayormente silente. Más allá del intercambio verbal al momento de la Anunciación de la concepción de Jesús y en las bodas de Cana, en el Evangelio se registran pocas palabras de María.
No dijo nada al pie de la Cruz o durante la sepultura de Jesús. Pero se tiene registro de que después de la Ascensión se encontraba rezando con los Apóstoles y los discípulos en el salón de arriba.
La fuerza silenciosa de María, su fidelidad y lealtad para con su hijo en una situación dolorosa y también humanamente bochornosa nos proporciona un ejemplo conmovedor. Si realmente aceptamos la admonición de Jesús de que se encuentra presente en los más necesitados de nuestros hermanos, entonces, al igual que su madre, deberíamos estar preparados para acompañar a aquellos que sufren de cualquier manera. Deberíamos estar listos, de la mejor forma posible, para estar junto a aquellos que se encuentran apartados, los caídos, incluso en circunstancias vergonzosas y bochornosas.
Podemos contar con la protección maternal de María en los buenos y en los malos momentos. Resulta espiritualmente útil darnos cuenta de que la protección maternal de María adopta carne y hueso por medio de instrumentos humanos como nosotros.
Podemos comprender la verdad de nuestra participación en este papel mariano de la vida cristiana si, al igual que ella, encontramos valor en la oración piadosa con Cristo.
María es un símbolo de esperanza firme y silente. †