Buscando la
Cara del Señor
El sepulcro vacío es símbolo de la victoria de Cristo y de nuestra salvación
(Décimo cuarto de la serie)
Estabas allí cuando lo colocaron en el sepulcro?”
Un extracto del Evangelio según San Lucas describe la décima cuarta y última Estación del Vía Crucis.
“Y había un hombre llamado José, miembro del concilio, varón bueno y justo [el cual no había asentido al plan y al proceder de los demás] que era de Arimatea, ciudad de los judíos, y que esperaba el reino de Dios. Este fue a Pilato y le pidió el cuerpo de Jesús, y bajándole, le envolvió en un lienzo de lino, y le puso en un sepulcro excavado en la roca donde nadie había sido puesto todavía” (Lc 23:50-53).
El sepulcro se encontraba cerca del Calvario en un huerto. De hecho, el sepulcro era nuevo y le pertenecía a José de Arimatea. Ya que era la víspera de la solemnidad de la Pascua, Jesús fue colocado allí. Jesús vino al mundo sin nada y del mismo modo, sin nada, ni siquiera el lugar donde yace, nos deja.
“Nicodemo y José de Arimatea—discípulos ocultos de Cristo—interceden por él desde los altos cargos que ocupan. En la hora de la soledad, del abandono total y del desprecio..., entonces dan la cara audacter...¡valentía heroica! (San Josemaría Escrivá de Balaguer, El Vía Crucis, p. 121).
Catherine de Hueck Doherty expresó: “Cuando recibió al Señor de la Vida exánime, muerto, el sepulcro se tornó nuevamente en un pesebre, la cuna de la vida. Su silencio cantaba un réquiem de aleluyas. Su frialdad se convirtió en llamas y fuego de júbilo, un júbilo más allá del deseo. Jesús durmió en la cuna de sus profundidades el sueño de aquel que conquistó la muerte.
“El sepulcro solitario se convirtió en el testigo del misterio de la victoria. Preservará el secreto por toda la eternidad, ese misterio, dejándole a la humanidad nada más que su vacío custodiado por ángeles” (El Vía Crucis, p. 39).
“ ‘Un grano de trigo cae en la tierra.’ Jesús había dicho que la cosecha sólo se puede recoger al plantar la semilla en la tierra. Allí muere y rinde frutos. En esta santa y silente noche pascual Jesús yace colocado en un sepulcro ajeno. El largo invierno de la alienación del hombre de Dios ha terminado. Jesús, el primer fruto de los muertos, se levantará de su sepulcro. Por el bautismo compartimos su muerte y también compartimos su gloriosa Resurrección” (El rostro sagrado en el Vía Crucis, Columban Fathers, p. 30).
Somos los herederos de los extraordinarios frutos que Cristo conquistó para nosotros por medio de su Pasión, muerte y resurrección. El sepulcro vacío se convierte en un símbolo de su victoria y de nuestra salvación.
En el mundo agitado de nuestras vidas cotidianas resulta un reto mantener en perspectiva la maravilla de la victoria de Cristo y su significado contundente. Tantas otras cosas se vuelven aparentemente importantes.
¿Qué podría ser más importante que nuestra salvación? ¿Qué podría ser más importante que nuestra entrada final en la casa del Padre?
Como dice el dicho, no sabemos ni el día ni la hora. Pero el punto no es preocuparse por la muerte y el juicio. Lo importante es una respuesta verdadera y amorosa a Jesús quien se entregó totalmente por cada uno de nosotros.
Contamos con el testimonio de muchos santos y mártires cuyas vidas nos ofrecen un modelo o un patrón de cómo vivir nuestra gratitud por el mayor don que jamás podremos recibir: nuestra salvación.
Resulta útil recordar que así como nosotros no amamos a Cristo tan perfectamente como deseáramos, tampoco ellos lo hicieron. Pero fueron perseverantes y también nosotros debemos serlo. El secreto para la santidad es la voluntad de continuar empezando nuevamente cuando fallamos. La gracia de Dios prevalecerá.
Por último, debemos estar agradecidos por la tradición de rezar por las almas que han partido. Rezamos por aquellos que han fallecido antes que nosotros para que puedan entrar en el Reino y unirse finalmente con el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. Contamos con aquellos que nos sobreviven para que recen también por el descanso de nuestras almas.
Mientras reflexionamos en esta décima cuarta estación y Jesús tendido en el sepulcro, podemos tener la seguridad de que Él bendice los terrenos de nuestros cementerios. Asimismo, podemos contar con su consuelo y el de su Santa Madre al encomendar a nuestros seres queridos a la casa del Padre.
Las palabras de San Pablo a los Romanos resumen nuestra esperanza: “Por tanto, hemos sido sepultados con Él por medio del bautismo para muerte, a fin de que como Cristo resucitó de entre los muertos por la gloria del Padre, así también nosotros andemos en novedad de vida. Porque si hemos sido unidos a Él en la semejanza de su muerte, ciertamente lo seremos también en la semejanza de su resurrección” (Rom 6:4-5). †