Buscando la
Cara del Señor
Seamos agradecidos durante la Semana Santa y adentrémonos en su esperanza
La Semana Santa es una época de gracia especial.
Debemos entregarnos a la oración litúrgica que la Iglesia nos presenta, principalmente durante el triduo del Jueves y el Viernes Santo, y la Vigilia Pascual. Estas celebraciones litúrgicas en particular llevan consigo la noble sencillez de nuestra herencia católica más antigua.
El Jueves Santo celebramos el memorial de la Última Cena del Señor con una sincera gratitud por el maravilloso don de la Eucaristía en nuestras vidas.
Celebramos la institución del Sacramento del Orden el cual nos garantiza la Eucaristía por siempre. Y celebramos el excelente ejemplo de servicio amoroso que demostró Jesús al lavarles los pies a sus discípulos. En esta celebración se nos recuerda que Jesús nos llamó “amigos.”
¿Qué podemos decir sobre el Viernes Santo? “Nadie tiene un amor mayor que éste: que uno dé su vida por sus amigos” (Jn 15:13). Nuestra liturgia del Viernes Santo está colmada de una profunda y extraordinaria sencillez. Los exhorto a que se unan a nosotros en una oración especial mientras recordamos el amor tan maravilloso que el Señor nos dedica. ¡Él sufrió y murió para que cada uno de nosotros pudiera tener vida eterna!
El Viernes Santo caminamos junto a Él en su pasión y muerte. ¡Es lo menos que podemos hacer para recompensar la bendición del amor de Jesús en nuestras vidas!
¡Ninguna celebración litúrgica es más hermosa que la magnífica Vigilia Pascual! El fuego pascual y el encendido del Cirio Pascual son rituales ricos en simbolismo.
Se nos hace un recorrido por la historia de nuestra salvación en una maravillosa serie de lecturas de las escrituras. ¡Qué conmovedor es el bautismo de catecúmenos y la confirmación de los candidatos! En efecto, toda la Vigilia y la Eucaristía Pascual son conmovedoras.
¡La Pascua es la gran celebración de la esperanza! Es la victoria de la vida sobre la muerte, de la salvación del pecado. Cantamos con entusiasmo “la lucha ha terminado y se ha obtenido la victoria.”
No obstante, es cierto que muchas cosas pueden lucir iguales el lunes después de la Pascua. El sufrimiento y muerte que Dios le pidió a su propio Hijo que pasara, nos da la clave para darle sentido a toda la tragedia humana que nos rodea.
Una vez más hemos recorrido el sendero de la Pasión de Cristo, el sendero de un hombre inocente que fue traicionado por un amigo y luego obligado a morir la muerte humillante de un criminal. Y una vez más salimos del triduo con júbilo porque hemos sido salvados del pecado y de la muerte. ¡Aleluya!
Nuestra Iglesia se aferra a la tradición de exhibir la cruz con la imagen del cuerpo de Jesús en ella. Esta tradición no constituye una negación de la victoria de Jesús sobre la muerte y no es un desplazamiento de la posición central que tiene la Resurrección en la vida cristiana. El crucifijo irradia el don inmerecido del sacrificio del propio Cristo por nosotros.
Deseamos recordar que una persona humana extendió sus brazos sobre la cruz y sufrió profundamente debido a su amor por nosotros.
Nuestros crucifijos contienen un realismo cristiano sobre la vida y la resurrección y tocan una fibra sensible en nuestra experiencia humana. Vemos en ellos un símbolo de esperanza cuando nosotros mismos experimentamos el peso de la cruz en nuestras vidas.
La Pascua es una festividad especial para aquellos de nosotros que llevan más que su propia cuota de sufrimiento humano. Jesús nos demostró que la vida no termina con la muerte. Podemos experimentar la solidaridad con Él en la oración, ya sea como una comunidad creyente o por nuestra cuenta.
Por lo tanto, ¡la Pascua es la máxima celebración de esperanza!
Para aquellos que enfrentan la muerte con temor, Jesús demostró de una vez por todas que en la muerte, la vida cambia y no les es quitada. Para aquellos que han perdido a un ser querido, quizás recientemente, hallamos consuelo en la esperanza de que esa persona llegará a su última morada en la casa del Padre y que algún día nos reuniremos con ellos. La muerte es la puerta a la felicidad eterna.
Y por tanto, después de revivir la experiencia del misterio de la pasión y muerte de Jesús, agradecemos a Dios una vez más por el don de nuestra fe pascual y por el don de su Hijo. Le damos gracias a Dios por su victoria pascual la cual se vuelve a representar en la Eucaristía hasta el final de los tiempos.
Después de la homilía en la solemne Misa Pascual, se nos invita a renovar la profesión de fe y las promesas que se hicieron en nuestro bautismo. Nos tomamos muy seriamente esa profesión de fe y la interiorizamos en lo más recóndito de nuestros corazones.
Resulta una oportunidad para profundizar en nuestra fe para que una vez más podamos gozosamente vivir la esperanza y la caridad que constituyen nuestro llamado y nuestra bendición.
¡Que Dios lo bendiga a usted y a los suyos con la Pascua más feliz! ¡Ofrezco una oración de júbilo por todos ustedes! †