Buscando la
Cara del Señor
Los testigos de una fe sencilla pueden ser instrumentos de evangelización
Así que ahora nos encontramos en el resplandor crepuscular de la solemnidad de la Pascua. También vivimos con un cierto realismo cristiano en cuanto al júbilo de la Resurrección.
Durante las semanas conducentes a la Pascua experimenté una alegría un tanto melancólica asociada con nuestra fe.
En uno de los ritos de elección de los catecúmenos y candidatos para ser recibidos en nuestra Iglesia de este año, me sentí conmovido por la experiencia de una familia a quien saludé después de la ceremonia.
Al acercarse, la familia me recordó que habíamos intercambiado correspondencia hace un año mientras yo estaba sometiéndome a quimioterapia y a tratamientos de radiación para combatir el linfoma de Hodgkin.
Recordé inmediatamente que el padre de la familia, a quien estaba conociendo por primera vez, tuvo también Hodgkin y estaba siguiendo la misma terapia, al mismo tiempo.
Pero hubo una diferencia conmovedora: debido a su responsabilidad de proveer para la familia, tuvo que continuar trabajando mientras padecía esa dura prueba.
Ambos nos alegramos de que el cáncer estuviera en remisión, aunque experimentáramos algunos de los efectos de la quimioterapia y la radiación.
Su esposa y su familia compuesta por cinco hermosos niños estaban con él en el rito de elección. Resultó ser un encuentro privilegiado y un tanto amargo. En el curso del último año yo había estado rezando muy específicamente por todos ellos, y ellos por mí.
Unas semanas antes, presidí la entrega anual de premios religiosos para las Niñas y Niños Exploradores, en la Catedral de San Pedro y San Pablo. Como siempre, la catedral estaba repleta.
Al concluir, saludé a la gente y me fotografié con muchos de los grupos parroquiales, así como también parroquianos.
Llegando al final de la fila, uno de los padres me preguntó si estaba dispuesto a posar para una foto individual más.
Estaba cansado, pero antes de que pudiera responder, un pequeño niño incapacitado literalmente se abalanzó sobre mí, soltando su “caminadora con ruedas.” Me abrazó y realmente no estaba posando para una foto.
Francamente, me sentí más avergonzado que sorprendido. Su padre comentó que ese encuentro y esa foto valían más que un millón de dólares.
Creo que el pequeño ni siquiera me dijo su nombre, pero les aseguro que él se encuentra grabado en mi memoria y en mis oraciones.
Lo admiro tanto a él como a su familia, que lo acompañaba mientras quería celebrar el premio religioso por el cual se había esforzado. Su fe es obviamente importante para él, aún a tan corta edad. Me siento conmovido.
Y justamente en otro rito de elección del primer domingo de la Cuaresma, tuve otra experiencia emotiva. Una larga fila de personas recientemente electas esperaba para saludarme y tomarse una foto conmigo.
Después de un rato vi a un pequeño, de aproximadamente 9 o 10 años, que ayudaba a su hermano menor discapacitado, que parecía tener 5 años, y que tenía dificultad para caminar hacia donde yo estaba parado.
Finalmente el niño discapacitado cayó a mis pies. Una de sus hermanas y yo tratamos de levantarlo para la foto, pero él en realidad no estaba interesado en que le tomaran una foto. Tan solo se volteó y quiso mirarme con toda la intensidad de su mirada pura y radiante que nunca olvidaré.
Se quedó sin palabras y yo también. No nos habíamos conocido antes y, obviamente, este niño esperanzado me veía como un símbolo de la fe que quería adoptar. Creo que no lo olvidaré.
Él también se encuentra en mi lista de oraciones especiales, junto con su familia que parece aceptarlo a él y a su dificultad para caminar como si no fuera un problema.
Y todos ellos estaban allí porque tienen una fe divina y desean expresarla y formar parte de nuestra comunidad de fe. Se me vino a la mente: “Y un niño los guiará.”
Como pueden ver, estas experiencias anteriores a la Pascua me llegaron al corazón, tanto o más que a ellos mismos.
Eso sucede con frecuencia en el ministerio de un sacerdote. El dicho popular es cierto: “Dando es como recibimos.” El sacerdocio ofrece muchas oportunidades para compartir las vidas de otros creyentes.
Las tres experiencias que describí (con dificultad), son poderosos ejemplos de aquellos de ustedes que son no solamente testigos de la fe sencilla, sino que son además, quizás sin darse cuenta, testigos de la esperanza que acompaña a la fe que no admite ambivalencias.
Nuestra fe católica y sus ritos dan vida e imprimen valor a aquellos que sufren, ya sea física, espiritual, emocional o moralmente.
Y a pesar del costo personal, ustedes son, a cambio, espejo de la fe, la esperanza y el amor para aquellos que parecen tener una vida mejor que la de ustedes.
Gracias a aquellos que nos inspiran, ya sea tomándonos por sorpresa o de manera cotidiana.
Espero que puedan darse cuenta de que sus muletas, caminadoras, enfermedades y discapacidades constituyen instrumentos de evangelización. †