Buscando la
Cara del Señor
El ayuno y la abstinencia pueden ayudarnos a desarrollar la santidad
El ayuno voluntario en renuncia a alimentos suculentos resulta contrario a la cultura materialista de nuestro entorno social que se concentra en el placer.
Por supuesto, existen una miríada de dietas que se anuncian constantemente por televisión, pero su intención no es generalmente reforzar los valores espirituales ni promover la santidad.
Algunas personas son vegetarianas por elección, ya sea por motivos de salud o, en ocasiones, por razones espirituales.
En efecto, el ayuno voluntario posee un valor espiritual y moral, y además es saludable para el cuerpo si se realiza con moderación y guiados por una motivación espiritual.
El cuarto mandamiento de la Iglesia sugiere una guía mínima para el valor espiritual del ayuno y la abstinencia.
El Catecismo Católico de Estados Unidos para Adultos describe así el cuarto mandamiento de la Iglesia: “Abstenerse de comer carne y ayunar en los días establecidos por la Iglesia. El ayuno significa privarse de alimentos o bebidas hasta cierto punto. La abstinencia es reprimirse de ingerir carne. La Iglesia identifica días y horas específicas para ayunar y practicar la abstinencia, con el fin de preparar a los fieles para ciertas festividades especiales; tales sacrificios pueden ayudarnos a desarrollar la autodisciplina y la santidad” (p. 334-335).
La historia de estas prácticas expiatorias de la Iglesia proviene de los albores del cristianismo. De hecho, el ayuno se practicaba rigurosamente en el judaísmo.
Gracias a la Biblia sabemos que Juan el Bautista y sus seguidores lo practicaban estrictamente. También sabemos por los Evangelios sinópticos que Jesús recomendaba el ayuno en sus enseñanzas y él mismo lo practicaba.
Pueden encontrarse estas referencias en los Evangelios según San Lucas (4:2), San Mateo (6:16-18) y San Marcos (2:20). En Hechos de los Apóstoles figura que los Doce Apóstoles practicaban el ayuno (13:2; 14:23). En los comienzos de la Iglesia existían días de ayuno semanales. El primer registro en la Didajé identifica al miércoles y al viernes como días de ayuno.
El ayuno riguroso asociado a los 40 días de la Cuaresma ha aumentado y disminuido en el transcurso de los siglos. En los primeros tiempos de la Iglesia, el ayuno significaba abstenerse completamente de alimentos durante todo el día o parte de éste.
En la época actual, los únicos dos días de ayuno que quedan en la Iglesia son el Miércoles de Ceniza y el Viernes Santo. En general, el ayuno se entiende como ingerir una comida principal en el día y consumir un desayuno y un almuerzo o cena livianos.
Desde hace ya algún tiempo, generalmente se distingue la abstinencia del ayuno. En la constitución apostólica Paenitemini, del 17 de febrero de 1966, se redujeron los días de penitencia a los viernes, y específicamente, al Miércoles de Ceniza y al Viernes Santo. La abstinencia es obligatoria desde los 15 hasta los 59 años de edad.
El apoyo a estas prácticas y las especificaciones se dejaron a criterio de las conferencias episcopales locales. Prácticamente en todas partes ya no es un requisito la abstinencia y alguna forma de sacrificio los viernes; en lugar de ello, se recomiendan y se promueven, pero no son obligatorios.
Con la atenuación del requisito de los viernes ordinarios, se recomiendan las obras de caridad y la devoción como sustitutos. La abstinencia el Miércoles de Ceniza y el Viernes Santo es obligatoria, al igual que todos los viernes durante la Cuaresma.
Además de ser una preparación para las celebraciones litúrgicas, el ayuno y la abstinencia poseen también otros valores espirituales y morales.
Decirle “no” a aquellas cosas que en general son aceptables constituye una forma provechosa para construir y fortalecer el hábito de decirle “no” a aquello que es inaceptable en una vida moral de fe.
A veces resulta beneficioso ver el ayuno desde un punto de vista distinto; por ejemplo, el ayuno por un pecado en particular.
El ayuno y la abstinencia son formas efectivas para doblegar el egoísmo y pueden ser antídotos eficaces para el egocentrismo.
En ocasiones, un ayuno moderado podría tomarse como un acto de preparación por pecados contra la caridad.
La finalidad del ayuno y de la abstinencia se conoce a veces como mortificación. Últimamente no se escucha muy a menudo esa palabra. Una de las definiciones del diccionario la describe como la práctica del ascetismo mediante la disciplina penitente para superar el deseo de pecar y fortalecer la voluntad.
El ayuno de comida y bebida no es la única privación que podemos practicar. Restringir la televisión o quizás el tiempo en Internet puede ser saludable espiritual y moralmente. Una evaluación de nuestros hábitos de compra quizás revelaría que hay algunos lujos de los cuales podríamos prescindir.
Resulta espiritualmente valioso aprender a privarse, ya sea por motivos de conciencia ambiental o simplemente una forma de experimentar lo que viven muchos de los que nos rodean, generalmente sin opción.
Admiro a aquellas personas que ayunan como una forma para identificarse con los pobres y los hambrientos. Algunas comunidades religiosas, tales como las Misioneras de la Caridad, fundadas por la Beata Teresa de Calcuta llevan una vida frugal, incluyendo el ayuno, como una ofrenda a Dios y como una forma para estar junto a los pobres de Cristo.
El ayuno puede servir como un obsequio tácito ofrecido para algunas personas en particular. El ayuno y la abstinencia practicados expresamente como una ofrenda cobran aún más valor. †