Buscando la
Cara del Señor
La adoración y la corresponsabilidad guardan una relación muy estrecha
El quinto de los cinco mandamientos de la Iglesia reconoce que ésta vive en el mundo real. El Catecismo Católico de Estados Unidos para Adultos lo describe de la siguiente forma: “Ayudar a la Iglesia en sus necesidades. Esto quiere decir contribuir con tiempo, talentos y recursos económicos, según la capacidad personal, para apoyar las actividades de la Iglesia” (p. 355).
El quinto mandamiento trata sobre nuestro llamado a ser buenos administradores, como miembros individuales de la Iglesia católica. La primera carta de San Pedro nos recuerda: “Cada uno ponga al servicio de los demás el don que haya recibido, administrando fielmente la gracia de Dios en sus diversas formas” (1 Pt 4:10).
Me gustaría meditar sobre la obligación de ser administradores fieles, mediante una reflexión sobre la conexión espiritual entre la Eucaristía y la corresponsabilidad. Existe una conexión que se remonta a los albores de la Iglesia.
El principio es evidente: todos los católicos bautizados, acaudalados y no tan acaudalados, educados e iletrados, deben ser recibidos en la comunidad de la Eucaristía con la misma acogida y respeto que todos debemos compartir. El ministerio de la Iglesia, por encima de todos los ministerios sacramentales, no está reservado únicamente para aquellos que han sido bendecidos con más recursos personales y económicos.
Es por ello que las colectas de dinero para los pobres se han llevado a cabo en las asambleas de los fieles desde los propios inicios de la Iglesia. Existen todo tipo de referencias en las escrituras que dan fe de este hecho. Quizás su mejor expresión haya sido la convicción de San Pablo de que no podemos compartir la Eucaristía si nos resistimos a compartir nuestro pan de cada día.
San Pablo va más allá cuando aplica la palabra liturgia al ministerio del amor y de la hermandad, que se hace palpable en la colecta de dones, incluyendo el dinero. Utiliza el vocablo “liturgia” (leiturgia), que, según expresa, a su vez conlleva a un desbordamiento de acciones de gracias hacia Dios (Rm 15:27; 2 Cor 9:12f.).
En su carta a los Romanos, San Pablo dice: “Por ahora, voy a Jerusalén para llevar ayuda a los hermanos, ya que Macedonia y Acaya tuvieron a bien hacer una colecta para los hermanos pobres de Jerusalén. Lo hicieron de buena voluntad, aunque en realidad era su obligación hacerlo. Porque si los gentiles han participado de las bendiciones espirituales de los judíos, están en deuda con ellos para servirles con las bendiciones materiales” (Rom 15:25-27).
En su segunda Carta a los Corintios, San Pablo escribió: “El que le suple semilla al que siembra también le suplirá pan para que coma, aumentará los cultivos y hará que ustedes produzcan una abundante cosecha de justicia. Ustedes serán enriquecidos en todo sentido para que en toda ocasión puedan ser generosos, y para que por medio de nosotros la generosidad de ustedes resulte en acciones de gracias a Dios. Esta ayuda que es un servicio sagrado no sólo suple las necesidades de los santos sino que también redunda en abundantes acciones de gracias a Dios.
En efecto, al recibir esta demostración de servicio, ellos alabarán a Dios por la obediencia con que ustedes acompañan la confesión del evangelio de Cristo, y por su generosa solidaridad con ellos y con todos. Además, en las oraciones de ellos por ustedes, expresarán el afecto que les tienen por la sobreabundante gracia que ustedes han recibido de Dios. ¡Gracias a Dios por su don inefable! (2 Cor 9:10-15).
Destaco esta conexión entre la adoración y el desprendimiento para recordarnos que nuestra administración generosa es reflejo de las enseñanzas de San Pablo y, de hecho, tiene sus raíces cristianas en esta antigua tradición. Nuestra generosidad glorifica a Dios y ayuda a los pobres entre los “santos” de nuestra Iglesia local en el centro y el sur de Indiana.
En 2002, los obispos de Estados Unidos emitimos una carta pastoral sobre la corresponsabilidad cristiana, titulada: “Corresponsabilidad: la respuesta del discípulo.” En resumen, esta carta nos enseña que Jesús nos llama a ser discípulos y dicho llamado incluye nuestra decisión de seguirle, sin importar lo que cueste. (Cita del Catecismo Católico de Estados Unidos para Adultos, pp. 480-481).
La carta nos recuerda que la Biblia contiene un profundo mensaje acerca de la administración de la creación material. Somos corresponsables por la creación. Nuestro trabajo físico, oficios y profesiones, las artes y las ciencias, nuestras obras, son la participación en la corresponsabilidad por la creación.
Debemos ser corresponsables por vocación. Todos y cada uno de nosotros hemos sido llamados por Dios para marcar la diferencia en nuestro mundo. Nuestra respuesta es un acto de corresponsabilidad.
El quinto mandamiento de la Iglesia nos recuerda que somos administradores de la Iglesia y esto tiene implicaciones prácticas. Somos compañeros de trabajo en la misión de proclamar y cooperar con la obra redentora de Cristo.
Todos desempeñamos un papel como administradores de la misión de Cristo. †