Buscando la
Cara del Señor
Sin Dios somos un pueblo sin esperanza
Nuestra era moderna proclama frecuentemente la falsa esperanza que brindan la política, la ciencia y la tecnología.
El papa Benedicto XVI comienza su encíclica sobre la esperanza con la frase “Spe salvi facti sumus.” Es una cita extraída de la carta de San Pablo a los Romanos y que también es aplicable a nosotros, la cual significa “en esperanza fuimos salvados” (Rom 8:24). Para San Pablo sólo existe una esperanza salvadora y ésa es la de Cristo.
A mitad de su encíclica, el papa Benedicto resume las enseñanzas de la Iglesia sobre la virtud teológica de la esperanza: “Digámoslo ahora de manera muy sencilla:” escribe el Santo Padre, “el hombre necesita a Dios, de lo contrario queda sin esperanza” (“Spe Salvi,” #23).
Esta verdad sencilla debería ser el titular de todos los periódicos. Debería aparecer constantemente al pie de la pantalla en todos los programas noticiosos de la televisión y debería ser un icono que destacara en cada página de Internet que dice conducirnos a la verdad de las cosas. Sin Dios no hay esperanza.
Necesitamos el recordatorio de que Dios es la única fuente de esperanza auténtica para nosotros. Pese al hecho de que la historia humana relata todas las formas en las cuales la humanidad ha buscado en vano la esperanza sin Dios, aún así nos avenimos a la falsa guía de la política, la ciencia y la tecnología.
Todavía se nos exhorta a pensar que la felicidad, la paz y el amor pueden encontrarse sin hacer referencia a la gracia transformadora de Jesucristo. Y, no obstante, se nos invita a construir una Ciudad de Hombres, la cual debemos creer que será igual a la Ciudad de Dios.
Ese camino es un callejón sin salida. Conlleva a una profunda infelicidad, a la crueldad y a la desesperación. Consideremos los intentos que se han realizado en el curso de los últimos 200 años para crear una sociedad perfecta mediante revoluciones políticas, crecimientos económicos irrestrictos y el desarrollo de maravillas tecnológicas. Se han obtenido resultados positivos, pero también se han desatado flagelos.
En “Spe Salvi,” el papa Benedicto formula la siguiente pregunta: “¿Qué significa realmente ‘progreso’; qué es lo que promete y lo que no promete?” El Santo Padre prosigue: “Todos nosotros hemos sido testigos de cómo el progreso, en manos equivocadas, puede convertirse, y se ha convertido de hecho, en un progreso terrible en el mal. Si el progreso técnico no se corresponde con un progreso en la formación ética del hombre, con el crecimiento del hombre interior (cf. Ef 3:16; 2 Co 4:16), no es un progreso sino una amenaza para el hombre y para el mundo” (“Spe Salvi,” #22).
El Papa nos recuerda que en la época moderna la creencia humana en el progreso ha estado vinculada a dos conceptos fundamentales: la razón y la libertad.
Ambos conceptos pueden considerarse como unidos en esencia a nuestra comprensión cristiana de la forma en que Dios nos creó a Su imagen y semejanza, y nos dotó de inteligencia y libre albedrío. Pero cuando la razón y la libertad se apartan del plan de Dios pueden convertirse en instrumentos del mal “en lugar de alumbrar un mundo sano, ha dejado tras de sí una destrucción desoladora” (“Spe Salvi,” #21).
El mundo presenció esta verdad en el auge y caída del comunismo. El papa Benedicto nos dice que Carlos Marx, el arquitecto de la teoría comunista, olvidó que sin la gracia de Dios la libertad humana también es libertad para el mal.
Marx asumió que “una vez solucionada la economía, todo quedaría solucionado.” Esta es la falsa esperanza que brinda el materialismo. El papa nos enseña que “en efecto, el hombre no es sólo el producto de condiciones económicas y no es posible curarlo sólo desde fuera, creando condiciones económicas favorables” (“Spe Salvi,” #21).
Esto nos debería sonar incómodamente familiar hoy en día. Nosotros también somos culpables de la falsa esperanza del materialismo al creer que la solución para todos nuestros problemas es simplemente crear condiciones económicas favorables.
Pero hemos descubierto que ese camino conduce también a un callejón sin salida. Tal y como dijo el Señor en respuesta a las tentaciones del demonio: “No sólo de pan vive el hombre” (Lc 4:4). La esperanza no se encuentra en las posesiones materiales sino en la gracia de Cristo.
La libertad y la razón son dones de Dios que deben emplearse sabiamente y de acuerdo al plan de Dios. Son las herramientas que se nos han entregado para construir el reino de Dios. Sin Dios estos dones poderosos se transforman en instrumentos del mal.
Hemos sucumbido a las falsas esperanzas de nuestra época moderna. Con demasiada frecuencia depositamos nuestra esperanza en las figuras políticas, en científicos y en aquellos que descubren continuamente nuevas formas de tecnología, y al hacerlo, nos sentimos defraudados.
Hace casi 2,000 años San Pablo escribió que sin Dios nos distanciamos de los demás y somos ajenos a la verdad; un pueblo sin esperanza. “Pero ahora en Cristo Jesús, a ustedes que antes estaban lejos, Dios los ha acercado mediante la sangre de Cristo” (Ef 2:13). †