Buscando la
Cara del Señor
Pese a nuestros pecados, la misericordia y el amor de Dios nos infunden esperanza
Al reflexionar acerca del Juicio Final existen dos extremos que debemos evitar.
El primero es la idea de que el fin de los tiempo será una experiencia terrible en la que un Dios encolerizado inflinge un castigo. Esta imagen fue creada por los artistas para resaltar los aspectos más aterradores de nuestra creencia de que Cristo “de nuevo vendrá con gloria para juzgar a vivos y muertos.” En realidad, esta imagen iracunda contradice la representación de Jesús que encontramos en los Evangelios. Dios es un Dios de misericordia y compasión, no un Dios de venganza.
Pero la perspectiva opuesta tampoco es acertada. En el Día del Jucio Final ciertamente se nos pedirán explicaciones.
Tal y como nos dice el papa Benedicto XVI en su encíclica “Spe Salvi” (“Salvados por la esperanza”): “Ya desde los primeros tiempos, la perspectiva del Juicio ha influido en los cristianos, también en su vida diaria, como criterio para ordenar la vida presente, como llamada a su conciencia y, al mismo tiempo, como esperanza en la justicia de Dios” (“Spe Salvi,” #41). Creemos que Cristo volverá como juez, pero su misericordia y su amor nos esperanza.
El mundo en el que vivimos hoy ha perdido la noción del Juicio Final.
Esta podría ser una de las razones que explican por qué muchos católicos ya no sienten la necesidad de confesar sus pecados con regularidad. Hemos perdido la noción de que, de hecho, somos responsables por nuestro estilo de vida y de que un día se nos hará rendir cuentas.
Pero el Juicio Final no está reservado sólo para las personas. En el último día el Señor determinará el destino del universo y de la historia. Y en ese día, cuando el tiempo tal y como lo conocemos se transforme en eternidad, Dios atraerá todas las cosas hacia Sí. Todo lo bueno se conservará y se renovará en la luz de Cristo. Todo lo malo será arrojado a la oscuridad de la muerte eterna.
“La imagen del Juicio final no es en primer lugar una imagen terrorífica, sino una imagen de esperanza”, escribe el papa Benedicto. “Quizás [sea] la imagen decisiva para nosotros de la esperanza” (“Spe Salvi,” #44).
¿Por qué? Porque la justicia de Dios también es misericordia. Como lo expresa el Santo Padre: “Ambas –justicia y gracia– han de ser vistas en su justa relación interior. La gracia no excluye la justicia. No convierte la injusticia en derecho” (“Spe Salvi,” #44).
De modo que no debemos engañarnos. Se nos juzgará. Y nuestros pecados serán castigados. Pero también nuestras buenas acciones serán recompensadas lo cual nos ofrece una fuente de profunda esperanza y la promesa de la alegría eterna.
La Iglesia nos enseña que la muerte es el momento decisivo para nosotros. Al morir, las decisiones que hayamos tomado en vida nos definirán.
En esencia, sólo tenemos dos formas de vivir: podemos elegir la Vida (el amor, la verdad y la bondad), o podemos elegir la Muerte (el odio, la falsedad y el egocentrismo). La recompensa por elegir la Vida (Dios) es el cielo. El castigo por escoger la Muerte es el infierno.
Pero, tal y como señala el papa Benedicto, ninguno de los dos extremos es normal. “En gran parte de los hombres—eso podemos suponer—queda en lo más profundo de su ser una última apertura interior a la verdad, al amor, a Dios. Pero en las opciones concretas de la vida, esta apertura se ha empañado con nuevos compromisos con el mal; hay mucha suciedad que recubre la pureza, de la que, sin embargo, queda la sed y que, a pesar de todo, rebrota una vez más desde el fondo de la inmundicia y está presente en el alma” (“Spe Salvi,” #46).
La mayoría de nosotros anhela a Dios, a pesar de haber tomado muchas malas decisiones y no cumplir repetidamente con los preceptos instituidos por Cristo quien es la verdad, el camino y la vida.
Existe esperanza para nosotros, incluso después de la muerte. Dicha esperanza se halla en las enseñanzas de la Iglesia sobre el purgatorio. Creemos que las personas que mueren pero no están todavía listas para gozar del júbilo del cielo, pasan por una cierta purificación que les permite expiar sus pecados y prepararse para el Juicio Final.
Nadie sabe a ciencia cierta cómo es ese proceso de purificación, pero creemos que “para salvarse es necesario atravesar el ‘fuego’ en primera persona para llegar a ser definitivamente capaces de Dios y poder tomar parte en la mesa del banquete nupcial eterno” (“Spe Salvi,” #46).
El Señor nos ha dicho que nos está preparando un lugar en el cielo. A pesar de nuestros pecados, por los cuales somos responsables, tenemos esperanza en el amor y la misericordia de Dios.
Es por ello que rezamos los unos por los otros, por los vivos y los muertos, y la razón por la cual pedimos continuamente a Dios que perdone nuestras ofensas, como nosotros perdonamos a los que nos ofenden. Ahora y por siempre, Amén. †