Buscando la
Cara del Señor
El mejor fundamento del arte de la vida cristiana es la familia
Concluí la columna de la semana pasada con un mensaje importante de nuestro Santo Padre, el papa Benedicto XVI.
“A la luz de una creciente indiferencia ante Dios, la nueva evangelización no debe vincularse con una estructura social o política, sino con la persona de Jesucristo,” proclamó el papa Benedicto. “La vida humana no puede hacerse realidad por sí misma. Nuestra vida es una interrogante abierta, un proyecto incompleto, que aún debe transformarse en gozo y llegar a realizarse. La inquietud fundamental de cada hombre es: ¿cómo puede alcanzarse esto, convertirse en un hombre? ¿Cómo se aprende el arte de vivir? ¿Cuál es el sendero que conduce a la felicidad? Evangelizar significa mostrar ese camino, enseñar el arte de vivir” (Discurso a los educadores católicos de EE.UU., 17 de abril de 2008).
Nuestros estudiantes universitarios y jóvenes adultos anhelan las respuestas a estas y otras preguntas. Desean profundamente que se les enseñe el arte de la vida cristiana.
Jesucristo y su Iglesia satisfacen ese anhelo y colocan a nuestras futuras parejas de casados, a nuestros futuros sacerdotes y a nuestros futuros religiosos sobre una base sólida, una base conformada por piedras vivas. La enseñanza del arte de la vida cristiana comienza en nuestras familias, en la vida en nuestras parroquias y en nuestras universidades a todo lo largo y ancho de la arquidiócesis y de la nación.
El mejor fundamento de la enseñanza del arte de la vida cristiana son nuestras familias. Implantar la fe en un niño es el mayor obsequio que los padres pueden otorgar a sus hijos.
Con frecuencia, en un mundo relativista, los padres sucumben a la tentación de permitir que sus hijos tomen sus propias decisiones en cuanto a la religión y la fe. Esto se hace en nombre de la libertad de elección
La verdadera libertad sobreviene al conocer la verdad. La primera responsabilidad de los padres cristianos es enseñar a sus hijos la verdad de Jesucristo y de su Iglesia (Catecismo de la Iglesia Católica, # 2223). Esta tarea se inicia con el propio ejemplo de los padres como modelos de vida cristiana. La oración en el hogar debe ser el fundamento diario para el crecimiento en la madurez cristiana de todos los niños. La celebración semanal de la Santa Misa y el ejercicio frecuente del buen hábito de la confesión no deben ser aspectos opcionales sino expectativas enraizadas en el corazón mismo de la vida familiar.
Por último, resulta esencial que todos los niños reciban instrucción ortodoxa y catequética, tanto en el hogar como a través de las escuelas de la Iglesia católica y programas de educación religiosa.
Esta enorme responsabilidad no cesa al recibir el sacramento de la confirmación o en la graduación de la escuela secundaria. Ser padres cristianos supone un compromiso de por vida.
Quizás la etapa más crucial del crecimiento en la madurez cristiana ocurre en los albores de la adultez. Después de la graduación de la escuela secundaria, los jóvenes adultos toman algunas de las decisiones más importantes de sus vidas.
En sus mentes y sus corazones, los jóvenes adultos lidian con las interrogantes de esta vida, así como de la vida eterna: ¿quién soy? ¿Por qué estoy aquí? ¿Existe Dios verdaderamente? De ser así, ¿por qué permite tanto sufrimiento en el mundo? ¿Cómo debo elegir vivir mi vida? ¿Con quién me casaré? ¿Acaso Dios me llama al sacerdocio o a la vida consagrada? ¿Cómo podré saberlo? ¿A quién puedo acudir para obtener respuestas verdaderas a estas y muchas otras preguntas?
No se trata del momento adecuado para echar a la suerte o para tomarse unas vacaciones de la responsabilidad de ser padres. Es el momento justo para estar activamente presentes y alentar a los jóvenes adultos.
Los padres y las familias son elementos cruciales para equilibrar el libre albedrío y la responsabilidad para con la verdad en los hijos adultos jóvenes. Asimismo, es el momento para que nuestras parroquias y centros católicos universitarios construyan un puente entre la escuela secundaria y la etapa de la joven adultez mediante programas de incorporación y catequesis.
Nuestras comunidades parroquiales desempeñan un papel crucial en la enseñanza del arte de la vida cristiana. “La educación de las nuevas generaciones en la fe es una tarea enorme y fundamentalmente importante que involucra a toda la comunidad cristiana”, la cual se ha vuelto “especialmente difícil” hoy en día y, por consiguiente, es “aún más importante y urgente,” según el papa Benedicto (Discurso a los educadores católicos de EE.UU., 17 de abril de 2008). La parroquia es una familia viva que garantiza la tarea esencial de la educación católica.
Los obispos católicos de EE.UU. en su plan pastoral “Comunidades de sal y luz,” definen a la parroquia como el lugar “donde habita la Iglesia. Las parroquias son comunidades de fe, de acción y de esperanza. Es allí donde el Evangelio se proclama y se celebra, donde se forman los creyentes y se les envía a renovar la Tierra. Las parroquias son el hogar de la comunidad cristiana; constituyen el corazón de nuestra Iglesia. Es en las parroquias donde el pueblo de Dios se encuentra con Jesús en palabra y sacramento y entra en contacto con la fuente de la vida de la Iglesia.”
Esta verdad acerca de la Iglesia imprime un énfasis aún mayor al papel que desempeña el ministerio en universidades y para jóvenes adultos de nuestra Arquidiócesis.
Dentro de la comunidad de fe es la familia parroquial la que asume un papel vital para dar la bienvenida a los jóvenes creyentes y no creyentes, para interactuar con ellos y evangelizarlos. †