Buscando la
Cara del Señor
El beato Pier Giorgio Frassati es un modelo para los jóvenes adultos
La semana pasada en una reflexión sobre la oportunidad para la enseñanza del arte de la vida cristiana entre compañeros, escribí sobre el beato italiano Pier Giorgio Frassati como modelo de alguien que adoptó el arte de la vida cristiana e impulsó a sus semejantes a hacer lo mismo.
El papa Juan Pablo II lo nombró el santo de los jóvenes adultos del tercer milenio y constituye un ejemplo de aquellas características de la vida católica que tanto anhelan nuestros jóvenes.
El beato Pier Giorgio es un modelo ideal para los jóvenes adultos de la época contemporánea. Su vida es un testimonio para nuestra cultura de que uno puede mantener la frente en alto en contra de los valores seculares y materialistas.
Mencioné la semana pasada que reservaba un lugar preferencial para los pobres ya que cedía su dinero del almuerzo y la mesada para comprar pan del día anterior para alimentar a los indigentes. Era un atleta exitoso y utilizaba su don para contribuir a que sus compañeros tuvieran una relación con Cristo y su Iglesia. Creía ávidamente en el poder de los sacramentos y, de joven, comenzó a asistir diariamente a la misa y practicaba con frecuencia el sacramento de la reconciliación.
El beato Pier era un evangelizador juvenil, no sólo a través del testimonio de su vida, sino también de palabra. Tal como señalé la semana pasada, en una ocasión se dirigió directamente a sus compañeros en una concentración de jóvenes adultos: “... Los insto con toda la fuerza de mi alma a que se acerquen a la Mesa Eucarística tan a menudo como puedan. Coman del Pan de los Ángeles, del cual sacarán las fuerzas para librar las batallas interiores, las luchas contra las pasiones y todas las adversidades, porque Jesucristo ha prometido la vida eterna y las gracias necesarias para alcanzarla a aquellos que se alimentan de la Santa Eucaristía.”
“Y cuando queden totalmente consumidos por ese Fuego Eucarístico, entonces podrán dar gracias con un conocimiento más pleno al Señor Dios quien les ha llamado a formar parte de su bandada y disfrutarán de esa paz que jamás han experimentado aquellos que se sienten felices de acuerdo a las reglas del mundo. Porque la verdadera felicidad, jóvenes, no consiste en los placeres del mundo ni en las cosas mundanas, sino en la paz de la conciencia que podemos tener únicamente si somos puros de mente y de corazón” (cf. A Man of the Beatitudes [Un hombre de las Bienaventuranzas] por Luciana Frassati).
Nuestros jóvenes adultos anhelan y buscan esa verdadera felicidad. Son talentosos, generosos y desean servir al Señor y a Su pueblo. Muchos son líderes naturales y desean ser verdaderos discípulos.
Como Iglesia, es nuestra oportunidad y nuestra responsabilidad criar jóvenes adultos capaces y talentosos para que sean líderes y discípulos, mediante las relaciones entre compañeros. Sé que lo podemos hacer. Cuántas veces me he sentido inspirado por el buen testimonio de jóvenes adultos que buscan “dar su vida” por los demás (Jn 15:13).
En conclusión, invito a todos los jóvenes adultos a que busquen la verdadera felicidad en Jesucristo y su Iglesia. Invito a toda la gente de la Arquidiócesis de Indianápolis a que les den la bienvenida a nuestros hermanos y hermanas jóvenes adultos y a que los atraigan con confianza y júbilo a Cristo y a su Iglesia.
“Toda la energía de la Iglesia debe estar dirigida a la Nueva Evangelización” proclamó el difunto papa Juan Pablo II. No existe un suelo más fértil para plantar las semillas de la evangelización que los campus de las universidades estadounidenses y dentro de nuestras comunidades de jóvenes adultos.
Como arzobispo me ha sorprendido y continúa sorprendiéndome el anhelo por la verdad y la vida virtuosa de nuestros estudiantes universitarios y jóvenes adultos de la Arquidiócesis de Indianápolis. Necesitan nuestro estímulo y apoyo.
Ahora es el momento de recuperar, revigorizar y restablecer nuestro compromiso con nuestros jóvenes adultos que tienen sed del sustento que proveen los sacramentos, que buscan la comprensión de la tradición católica y procuran el amor y la presencia sobrenatural de Jesucristo en una cultura laica confusa y engañosa.
Ellos merecen, de hecho, tienen derecho a recibir las oportunidades que ofrece el don de nuestra fe y tradición católica. Estos miles de jóvenes no sólo son la Iglesia del futuro, ¡son la Iglesia de hoy en día!
Se trata de un territorio misionero y la cosecha es estupenda. Con María como nuestra patrona y modelo, vayamos en pos de nuestros jóvenes adultos e invitémoslos a la verdad, a través de Cristo y su Iglesia. Ningún alma debe perderse jamás; debemos exhortarnos los unos a los otros cada día, cuando todavía se dice hoy (cf. Heb 3:12-13).
¡Oremos al Señor de la mies para que envíe obreros para su cosecha abundante de jóvenes adultos (cf. Mt 9:38), y para que nos ayude a hacer discípulos de todas las naciones (cf. Mt 28:19)!
Extiendo esta invitación con el amor pastoral de un padre. †