Buscando la
Cara del Señor
Los religiosos ‘reman mar adentro’ con confianza en la gracia de Cristo
El 30 de enero celebramos el Día mundial de la vida consagrada en nuestra catedral de San Pedro y San Pablo en Indianápolis.
Mientras reflexionaba acerca de las vidas de nuestros numerosos hombres y mujeres consagrados, me vinieron a la mente las palabras de Cristo “Rema mar adentro,” duc in altum, porque nuestros religiosos llevan una vida de absoluta confianza, en gran medida, una vida oculta en Dios.
Esos religiosos llevan vidas de profunda confianza, semejantes a los discípulos que enfrentaron el desafío de esas palabras de Cristo.
Después de todo, los discípulos debieron armarse de una profunda confianza para seguir las indicaciones de Jesús para echar sus redes una vez más en las profundidades, después de una noche de pesca infructuosa. Eran pescadores expertos. Él era un carpintero. Pero hicieron lo que les pidió y eso hizo toda la diferencia.
Con qué frecuencia en la vida consagrada los hombres y mujeres religiosos enfrentan el desafío de remar mar adentro en su fe para vivir un profundo compromiso con el Evangelio. Muy a menudo esta profunda confianza se encuentra mayormente oculta, pero hace toda la diferencia.
Nos reunimos en nuestra catedral para celebrar el obsequio inmensamente importante de los religiosos consagrados que sirven tan generosamente en nuestra Arquidiócesis y de aquellos que lo han hecho en el pasado.
El Sínodo Internacional para Religiosos nos recordaba hace algunos años que la vida consagrada es una condición de vida única en la Iglesia, junto a la de los laicos y del clero. Debemos alabar a Dios por ese don.
Así pues, en una fría tarde de domingo celebramos y felicitamos muy especialmente a aquellos que estaban de aniversario este año. Felicitamos y dimos gracias como es debido por 75, 60, 50 y 25 años de hermoso servicio a nuestros religiosos consagrados profesos.
Cientos de años de vida consagrada estuvieron representados en nuestra catedral, para no mencionar la cantidad de hermanos y hermanas religiosos que estuvieron presentes en espíritu desde sus habitaciones de hospital en sus casas matrices.
Los recordamos de un modo especial, así también como a aquellos religiosos que viven una vida consagrada de claustro. Fue un privilegio celebrar incontables años de la maravillosa gracia de Dios encarnada ante nuestros ojos.
Mientras nuestros agasajados miraban atrás a los años llenos de gracia de sus vidas consagradas, sé que entienden más plenamente el llamado de Cristo a remar mar adentro y hacerlo con confianza en su gracia. Lo han hecho en palabra y en obras y por medio de sus propias vidas.
Y bendecimos a Dios por la gracia de la perseverancia que les ha concedido, pues han entregado sus vidas a Cristo. No han dado marcha atrás y han proseguido su camino fielmente hacia el Reino.
Al celebrar la vida consagrada en la Iglesia también agradecemos a Dios el maravilloso y particular carisma que representan cada una de nuestras comunidades religiosas que viven y sirven en la Arquidiócesis.
Agradecemos a Dios que haya otorgado ese carisma a aquellos que son “de los nuestros”, parte de nuestra más extensa comunidad de fe. ¡Cuánto necesitamos su testimonio que nos recuerda que existe un reino en el que Dios reina verdaderamente!
Valoramos las vidas consagradas en una sociedad y en una cultura donde el Reino de Dios parece algo extraño. Dios corona su propio don de la gracia en nuestros hermanos y hermanas a quienes conocemos y amamos. Recordamos el dicho conocido: la gratitud es la memoria del corazón.
Estos hermanos y hermanas a quienes celebramos son testimonio de la fidelidad en un mundo que sabe poco de la belleza de la fidelidad y del compromiso. Qué gran regalo para nuestra Iglesia y para el mundo: la gente puede ver que con la ayuda de Dios podemos mantener nuestras promesas en un mundo de tantas promesas rotas. Qué importante es para todos nosotros, pero especialmente para nuestra juventud, ver que hay un reino por el que vale la pena vivir y morir.
Les debemos oraciones especiales de reconocimiento a nuestros hermanos y hermanas religiosos que están ahora en el ocaso de sus vidas y quienes, como los religiosos de claustro, continúan ofreciendo el incomparable ministerio de Jesús en la oración.
Nuestros hermanos y hermanas mayores han servido bien y por mucho tiempo de distintas formas y ahora ofrecen su ministerio de paciente oración desde sus sillas de ruedas, desde sus lechos de enfermos o en la privacidad de sus habitaciones. El ministerio del ocaso de sus vidas es aún más hermoso y solidario porque el ministerio de la oración era una parte importante de la vida de Jesús.
Nuestros hermanos y hermanas de la vida consagrada son las manos, los pies y la voz de Jesús para llevar esperanza a nuestro mundo. Ofrecen amor y sentido a aquellos que buscan a Aquél a quien le importan.
¡Acompáñenme a dar gracias a Dios por la cantidad de hombres y mujeres religiosos consagrados que pasan desapercibidos en nuestra Iglesia local! Después de todo, ellos rezan por nosotros todos los días. †