Buscando la
Cara del Señor
Dedique tiempo a la reflexión y la oración para abrir su corazón al amor de Dios
Si hojeamos el Nuevo Testamento, nos daremos cuenta de que la imagen de Jesús resulta muy humana.
Jesús es el hijo del carpintero. Es el hijo de María. Era un hombre que se cansaba, que perdía la paciencia. Al igual que nosotros, tenía amigos, y cuando su amigo Lázaro murió, Jesús lloró.
Durante esta época de la Cuaresma nos concentramos en el hecho de que Jesús fue un hombre que sufrió. Se burlaron de él y fue azotado. Murió en la cruz de un delincuente.
Los discípulos de Jesús se sintieron afligidos y desanimados cuando Jesús les dijo que debía sufrir y morir a manos de los sumos sacerdotes, los ancianos y los escribas. Así pues, para alentarlos, Jesús les mostró un atisbo de su gloria en la Transfiguración.
A diferencia de los discípulos, el recuerdo de Cristo como una persona que sufre y que es valiente constituye una fuente de consuelo para nosotros.
Nosotros, en nuestras alegrías y nuestras tristezas, podemos identificarnos fácilmente con él y se nos exhorta a que le recemos para pedir su ayuda.
No obstante, para nosotros también resulta beneficioso que la Iglesia nos evoque el misterio de la Transfiguración en el camino a la Semana Santa.
Después de todo, Cristo es más que un maestro penitente, paciente y brillante. Al igual que los discípulos necesitamos saber que Cristo es divino.
El Cristo de nuestra fe es el Dios hombre. Su gloria debe brillar y brindarnos confianza en la oración.
Debemos estar agradecidos de que en estos tiempos de tribulaciones y necesidad tenemos a alguien que puede ofrecernos más que consuelo. Tenemos al Cristo a quien se le han dado todos los poderes del cielo y de la Tierra.
El hermoso misterio de la Transfiguración que la Iglesia nos presentó a principio de la Cuaresma nos transporta a la montaña y nos ayuda a recordar una vez más qué es importante en la vida y qué es importante en la muerte.
Tal como les ocurrió a Pedro, Jacobo y Juan, ver el poder de Jesús por un breve y esplendoroso momento nos garantiza que la plenitud del amor efectivamente prevalece por encima del dolor y el poder del mal.
Día tras día vemos los distintos rostros del mal. Durante la Cuaresma se nos recuerda drásticamente que debemos buscar el rostro de Jesús y escucharlo. Se nos recuerda que tenemos participación en la gloria y la plenitud del amor de Dios. En esta temporada se nos recuerda que la vida y la realidad encierran mucho más que lo que resulta evidente.
Pero ¡qué olvidadizos somos! Al igual que Pedro, Jacobo y Juan, nos confundimos. El rostro del Señor Jesús se pierde entre la multitud. El dolor, el sufrimiento y todo tipo de máscaras disfrazan la sencilla gloria del amor y la presencia de Dios a nuestro alrededor.
Como cristianos, prometemos amar a Dios tan sencilla y fielmente como podamos.
Durante la Cuaresma, una vez más, se nos llama a ser todo lo honestos y sinceros que podamos ser.
Pronto, en la Cuaresma, cuando renovamos nuestras promesas bautismales, declaramos que haremos nuestra parte para permitir que nuestras vidas y nuestros amores sean transformados por el amor de Dios. Luchamos por recordar que Su amor es el verdadero hilo constante en nuestras vidas. Nos preparamos para renovar nuestra fe radical en el amor poderoso y fiel de Jesús.
Necesitamos la Cuaresma porque nuestra promesa de llevar el amor de Dios se pierde en el ajetreo y los desafíos de la vida cotidiana. ¡Con qué facilidad olvidamos por qué hacemos lo que hacemos en la vida! A diario enfrentamos el peligro de que nuestra fe fundamental se agote gradualmente y con ello se confunde el significado de la vida y de la muerte.
En el sacramento de la Eucaristía se nos presentan tanto el Cristo del sufrimiento humano como el Cristo del poder jubiloso. Como cristianos necesitamos comunicarnos con el Cristo humano y con el poderoso.
Nuestra observancia de la Cuaresma y recordar el poder de Jesús en medio de su sufrimiento nos brinda la oportunidad de renovar nuestra fe en la constancia del amor de Dios.
Y todavía tenemos la oportunidad de refrescar nuestra misión cristiana de llevar a Cristo a los demás, al Cristo que sufre y al Cristo del gozo. Qué gracia cuaresmal tan maravillosa: recordar con más claridad por qué vivimos y por qué morimos.
Tal vez durante la quinta semana de la Cuaresma necesitemos aprovechar la oportunidad para renovar nuestro propósito de acercarnos más a Jesús y para preparar el resto de esta semana para arribar a una Semana Santa verdaderamente piadosa y colmada de fe.
Quizás debamos dedicar un poco más de tiempo a la reflexión y a la oración para abrir nuestros corazones para recibir el amor de Dios, especialmente el amor penitencial de Su Hijo.
No es demasiado tarde para hallar calma y sosiego en la oración de nuestros corazones. †