Alégrense en el Señor
Conectados en el Espíritu: parroquias fusionadas
La semana pasada escribí sobre el sueño del papa Francisco de que las parroquias y las diócesis contaran con una “opción misionera.” En resumidas cuentas, el Santo Padre nos desafía a anteponer el discipulado y el servicio misionero para beneficio del prójimo a lo que él denomina la “autopreservación.”
Esto no es una tarea sencilla. Tal como mencioné la semana pasada, tenemos la responsabilidad administrativa de velar por los recursos humanos, físicos y económicos que se nos han confiado.
La Iglesia en el centro y el sur de Indiana fue construida por nuestros ancestros en la fe, muchos de los cuales eran inmigrantes pobres que llegaron a esta región en busca de libertad y de una mejor vida. Jamás podremos menospreciar ni subestimar todo el sacrificio que realizaron para construir las parroquias, escuelas, seminarios, comunidades religiosas y agencias de servicios sociales que disfrutamos hoy en día. Tenemos una enorme deuda de gratitud con ellos, y la única forma en la que podríamos retribuirles es siendo buenos administradores de su herencia.
Esa herencia que tenemos la responsabilidad de administrar no es un patrimonio físico, ni se trata de preservarla como en un museo, en memoria de nuestra historia.
No, la herencia de fe que se nos ha entregado es una realidad dinámica, es una tradición de alabanza, predicación, sacramentos, formación de fe y educación, vida en comunidad y servicio al prójimo, especialmente a los pobres y vulnerables. Esa enérgica tradición de fe y ejercicio del catolicismo constituye nuestra herencia. ¡Nuestra labor consiste en compartirla generosamente con los demás!
El papa Francisco nos invita a ser “evangelizadores con espíritu” que jamás se cansen de proclamar la alegría del Evangelio. Tal como reflexiona el Santo Padre en Evangelii Gaudium: “La reforma de estructuras que exige la conversión pastoral sólo puede entenderse en este sentido: procurar que todas ellas se vuelvan más misioneras, que la pastoral ordinaria en todas sus instancias sea más expansiva y abierta, que coloque a los agentes pastorales en constante actitud de salida y favorezca así la respuesta positiva de todos aquellos a quienes Jesús convoca a su Amistad” (#27). Para alcanzar una auténtica renovación espiritual como comunidades de fe debemos cerciorarnos de que nuestras estructuras apoyen y fomenten la “opción misionera” que, según nos recuerda el Papa, es la misión fundamental de nuestra arquidiócesis y de cada una de nuestras parroquias.
Como la mayoría de los fieles católicos de nuestra arquidiócesis sabe, a lo largo de todos estos años mis predecesores y yo de vez en cuando hemos tenido que tomar decisiones difíciles en cuanto a clausurar o fusionar parroquias.
El término “parroquias fusionadas” describe una nueva configuración en la que una parroquia existente se une por completo a otra. En ese caso, la identidad independiente de una de las parroquias cesa con la fusión, y sus integrantes y bienes se incorporan a otra parroquia. La pérdida de la identidad independiente de una parroquia es siempre un evento doloroso, muy especialmente para aquellos parroquianos cuya experiencia diaria en la Iglesia se centra en la parroquia de su localidad.
Mi propia familia vivió esto en Stoney Pointe, Ontario, Canada, hace muchos años. La parroquia donde mis hermanos y hermanas reciberion los Sacramentos de Bautismo, Primera Comunión, y Confirmación, y donde asistierion a la escuela Católica y aprendieron sobre su fe, donde practicaron deportes y donde enterramos a mi padre, ya no existe. En especial mi mamá sufrió mucho con esta decisión. Afortunadamente, por la gracia de Dios y con la ayuda de sus familiares y amigos, mamá pudo superar el dolor y hallar fe y consuelo en otra comunidad parroquial donde participa activamente hasta el sol de hoy.
Perder la parroquia de nuestra localidad es algo muy difícil. Lo único que podemos hacer para ayudar a quienes padecen por la pérdida de su hogar espiritual es rezar para que la gracia de Dios los consuele.
Y, por supuesto, debemos apoyar a nuestros hermanos y hermanas para asegurarnos de que reciban una cálida bienvenida en sus nuevas familias parroquiales. Pero, por encima de todo, debemos volver a dedicar todo nuestro empeño para fomentar el espíritu misionero que todos los católicos y comunidades parroquiales estamos llamados a vivir como embajadores de Jesucristo en nuestros hogares, nuestras localidades y en todo el mundo.
Cuando una parroquia pierde su identidad independiente no pierde su historia, sus tradiciones o sus recuerdos (tanto los alegres como los tristes). Busquemos las vías más adecuadas para ayudarnos mutuamente a compartir estos recuerdos y transmitir nuestras tradiciones de nuevas formas, como evangelizadores con espíritu dedicados a proclamar la alegría del Evangelio a todos los que se crucen en nuestro camino ¡tanto en nuestra localidad, como en todos los rincones del mundo!
Pidámosle al Espíritu Santo que siga acompañándonos a medida que aplicamos el proceso de planificación que denominamos Conectados en el Espíritu en cada parroquia de nuestra arquidiócesis, para que todos seamos discípulos misioneros que construyen la Iglesia en el centro y el sur de Indiana. †
Traducido por: Daniela Guanipa