Alégrense en el Señor
Las familias están llamadas a la santidad: La gran vocación al amor
El “documento preparatorio” de la tercera asamblea extraordinaria del Sínodo de los Obispos que concluye esta semana en Roma, contiene reflexiones extraordinarias acerca de “Los retos pastorales de la familia en el contexto de la evangelización.”
Hubo una oración que me llamó la atención y que dice: “La misericordia de Dios no provee una cobertura temporal de nuestro mal, al contrario, abre radicalmente la vida a la reconciliación, dándole nueva confianza y serenidad, mediante una auténtica renovación.” Esta afirmación prosigue y observa que la atención pastoral que la Iglesia dispensa a las familias no debe “cerrarse en una mirada legalista,” sino concentrarse más bien en “la gran vocación al amor a la que la persona está llamada, y de ayudarla a vivir a la altura de su dignidad.”
Es decir, no debemos fingir que las familias de hoy en día son perfectas. En lugar de ello, debemos alentar a los integrantes de la familia a reconocer sus fallas, procurar el perdón de Dios, perdonarse mutuamente y encontrar una nueva confianza y serenidad a través de la renovación interior (espiritual). Esta afirmación también representa un desafío para obispos, sacerdotes y todos los líderes pastorales quienes no deben abordar los quebrantamientos de la vida familiar desde una perspectiva legalista o moral, sino desde la perspectiva de la “gran vocación al amor.”
Me parece que resulta especialmente poderosa la aseveración de que la misericordia de Dios no constituye una “cobertura” para nuestros pecados. En ninguna parte del Evangelio Jesús niega la condición pecadora de los seres humanos (ni la justifica). Siempre enfrenta al mal, lo llama por su nombre y perdona a aquellos que se arrepienten y cuya fe ha abierto sus corazones a la reconciliación y la renovación. “Tampoco yo te condeno. Ahora vete, y no vuelvas a pecar,” dice el Señor a la mujer sorprendida en adulterio (Jn 8:11). A la mujer que ungió sus pies (cuyos pecados fueron perdonados por su inmenso amor), “Tu fe te ha salvado—le dijo Jesús a la mujer—; vete en paz” (Lc 7:50).
Durante los años 50 y principios de los 60, los programas de televisión a menudo representaban familias perfectas (de una forma bastante simplista y superficial). Pienso que es justo reconocer que la diversidad de problemas que enfrentaban las familias de aquel entonces—al igual que hoy en día—estaban “cubiertos” por las convenciones sociales que se extendían hasta los medios noticiosos y al mundo del entretenimiento. Todo el mundo sabía que los casados y las familias enfrentaban muchos desafíos, pero no hablábamos acerca de esto ¡y ciertamente no los mostrábamos por televisión!
Algunos quizás argumenten que el péndulo ha oscilado hacia el otro extremo totalmente: que ahora todo está al descubierto y que las disfunciones familiares se presentan como “normales” en la televisión y en las películas. Uno de los desafíos que se analizan en Roma durante este mes es cómo transmitir una imagen positiva de la familia moderna sin recurrir a los estereotipos o a las imágenes falsas que encubren problemas que es necesario resolver con paciencia, perdón y genuina conciencia de la enorme vocación al amor que cada integrante de la familia está llamado a aceptar.
En este sentido, hay dos imágenes que resultan esenciales: la primera, es la familia en oración. La segunda, es la familia en pleno disfrute.
Considero que es necesario demostrar que las familias contemporáneas asumen su fe con seriedad, y que rezan y celebran los sacramentos como personas individuales y como unidad familiar. Las imágenes de la familia viviendo su fe deben incluir, por supuesto, instancias de caridad y de servicio, que son expresiones de la oración en acción. Estas imágenes no deben ser sentimentalistas ni excesivamente santurronas, sino que deben representar genuinamente a la familia moderna (con todo y sus desafíos) expresando su fe piadosamente.
También pienso que es fundamental ver a las familias disfrutando la vida y celebrando los dones de vida y amor que solo son posibles a través del matrimonio y de la familia. Sabemos que las familias tienen sus diferencias y que los ánimos se caldean de vez en cuando, especialmente en situaciones tensas o momentos estresantes. Pero, a menudo, el alivio viene a través de la risa, de los juegos y del aprecio compartido por los sacrificios realizados por los padres para beneficio de los hijos, así como entre hermanos. Debemos ver más imágenes del verdadero amor de la vida familiar, incluso al reconocer el dolor y el sufrimiento que todas las familias deben enfrentar.
La Sagrada Familia (Jesús, María y José) es nuestro modelo. Los Evangelios dan fe de los momentos difíciles que vivió esta familia en situaciones adversas, peligrosas y llenas de dolor. Pero con seguridad, también hubo momentos de alegría, de risas, de cantos y de bailes. Sabemos que María y José estaban angustiados y descorazonados cuando perdieron a su hijito en el camino de regreso a casa, tras celebrar la Pascua en Jerusalén. ¡Imagínense su alegría cuando por fin lo encontraron!
La gran vocación al amor que todos estamos llamados a aceptar se aprende inicialmente en una familia sagrada, no en una familia perfecta, sino en una familia en la que se vive el respeto, el perdón y la alegría todos los días. ¡Que Dios bendiga a la familia! †
Traducido por: Daniela Guanipa