Alégrense en el Señor
Seguir a Jesús por la Vía Dolorosa es la única forma de arribar a la Pascua
Durante las últimas cinco semanas he estado reflexionando sobre el tiempo de la Cuaresma empleando imágenes de mi viaje reciente a Tierra Santa y el mensaje del papa Francisco para la Cuaresma de 2015.
Una de las grandes bendiciones de la peregrinación a Tierra Santa que realizamos un grupo compuesto por 51 personas el mes pasado, fue la oportunidad de rezar las estaciones del viacrucis. Esta devoción tradicional del tiempo de la Cuaresma tuvo para mí un significado especial, por dos motivos: primero, pudimos rezar en las 14 estaciones ubicadas a lo largo de la Vía Dolorosa, en la sección de Jerusalén conocida como la Ciudad Vieja. Al recorrer estas estaciones pudimos seguir los pasos de Jesús—en sentido literal—mientras arrastraba su cruz desde el lugar donde fue condenado por Pilatos (la primera estación) hasta la colina en la cual fue crucificado (la 12a estación) y al lugar donde posteriormente yació en el sepulcro (14ª estación).
La segunda razón por la que este fue un momento especial para mí, fue porque las plegarias que elevamos ese día fueron compuestas por San Alfonso Ligorio, el fundador de mi orden religiosa, la Congregación del Santísimo Redentor (Redentoristas). Las sentidas oraciones de San Alfonso, aunadas al hecho de que estábamos surcando la via dolorosa (el camino del dolor) de Nuestro Señor, surtieron un poderoso efecto en mí y creo que también en mis compañeros de peregrinación.
Las calles de la Ciudad Vieja que componen la Vía Dolorosa están bordeadas de cientos de tiendas, cafés y otros establecimientos comerciales. A medida que seguíamos nuestra procesión por estas calles cantando (“Jesús, recuérdame…”) y rezando (“Te alabamos, oh señor, y te bendecimos…”), nos veíamos rodeados de la cotidianidad de la vida.
En ocasiones, los tenderos intentaban vendernos algo. Una o dos veces, nos reprocharon, e incluso nos escupieron, por razones que desconocemos.
Jesús fue tratado de un modo similar (aunque mucho, mucho peor) mientras cargaba su cruz por las estrechas calles y suburbios de Jerusalén en su camino al “lugar del cráneo” (el Gólgota o Calvario).
Las oraciones de San Alfonso Ligorio hicieron que la experiencia de la crucifixión de Cristo fuera algo muy personal para nosotros. “No fue Pilatos, no, sino mis pecados los que te condenaron a la muerte,” rezamos. Y, “Besé la roca que te sepultó. Pero tú te levantaste al tercer día. Por tu resurrección, te suplico que me levantes gloriosamente contigo en el día final, para estar siempre unido a ti en el cielo, para alabarte y amarte por siempre.”
Las estaciones del viacrucis constituyen una devoción cuaresmal especialmente poderosa, ya que a través de ellas podemos participar en la experiencia de la pasión y muerte del Señor, de una forma personal. Ese es el camino (¡el único!) que conduce a la Pascua. Si la observancia del tiempo de la Cuaresma nos acerca más a la experiencia del sufrimiento de Cristo, que asumió por nuestro bien y por el de todos nuestros hermanos y hermanas del mundo, podemos tener la plena confianza de que la alegría de la Pascua también nos embargará.
Por supuesto, tal como nos lo recuerda el papa Francisco en su mensaje para la Cuaresma de este año, nuestros corazones no pueden estar cerca de Jesús a menos que primero los abramos a Dios y a toda la humanidad, especialmente a los integrantes pobres y vulnerables de nuestra sociedad. Las estaciones del viacrucis no son meramente una devoción privada, sino que tienen como fin ayudar a abrirnos los ojos, las manos y los corazones—no a cerrarlos—al enorme sufrimiento que Jesús aceptó libremente para expiar los pecados de todos y como una forma para liberar a toda la humanidad de la opresión del pecado y de la muerte.
“Concédeme amarte siempre,” rezamos en cada estación “y cumple en mí tu voluntad.” Las palabras de San Alfonso resumen de una forma muy poderosa la experiencia de Jesús y la vocación de sus discípulos: estamos llamados a amar con desapego y a someternos a la voluntad de lo que Dios ha dispuesto para nosotros.
Mientras nos preparamos para el triduo Pascual y para la época de alegría que le sigue, abramos nuestros corazones al sufrimiento de quienes nos rodean. Recemos para que la pasión y muerte de nuestro Señor nos guíe de forma segura a través de nuestros propios sufrimientos hasta el éxtasis de la alegría de la Pascua. †
Traducido por: Daniela Guanipa