Alégrense en el Señor
Cristo nos ha librado; velar por la libertad es nuestra responsabilidad
Durante la época más aciaga de la antigua Unión Soviética en la que el comunismo ateo estaba en pleno vigor, un cristiano fue arrestado y enviado a un Gulag (un campo de concentración) porque se negó a renunciar a su fe.
El hombre fue sometido a trabajo forzado durante 25 años, sin ningún tipo de consuelo ni compañía, y sin esperanzas de volver a ver a su esposa y su familia. Pero un día, la Unión Soviética dejó de existir. El marxismo había fracasado amargamente y había quedado al descubierto el lado corrupto e inhumano del sistema económico y político soviético. Muchos presos, incluso el cristiano que había sido condenado al Gulag por su fe, fueron liberados.
Luego de algunos años, el ex presidiario soviético emigró a occidente. Allí se ganaba la vida escribiendo sobre su encarcelación y sus impresiones sobre la vida bajo un régimen dictatorial cruel. También escribió acerca de que su fe cristiana lo sostuvo en el Gulag y le brindó el solaz y la esperanza que le negaban sus opresores del antiguo sistema soviético.
Después de muchos años, este escritor cristiano realizó una declaración impactante que hizo que muchos cuestionaran su lucidez: dijo que para él había sido más fácil vivir su fe cristiana en el Gulag que en la supuesta “sociedad libre” del mundo occidental.
Cuando le pidieron que explicara su declaración, el ex presidiario soviético expresó:—En el Gulag tenía muy pocas distracciones o tentaciones. Podía rezar sin interrupciones y concentrar toda mi atención en el Dios que era mi única esperanza. Ahora, tentaciones de todo tipo me bombardean constantemente y fácilmente me olvido que le debo todo—mi vida, mi libertad y mi felicidad—al Señor que murió y que resucitó para librarme.
En el Gulag le resultaba imposible olvidar que era un prisionero que imploraba ser rescatado y liberado. En las circunstancias de la vida de la mayoría de nosotros podemos caer en la tentación de que somos un pueblo autosuficiente y libre que no necesita redención ni salvación. Tal vez todo sea demasiado cómodo para nosotros. Nos distraemos fácilmente y no le tomamos el verdadero valor a los conforts y las libertades de los que gozamos. Olvidamos que nosotros también somos prisioneros, esclavos del egoísmo y del pecado, que necesitan ser liberados.
El papa Benedicto XVI dijo una vez que “el pecado más grande de los hombres es el orgullo desmedido,” es decir, la arrogancia de que somos tan autosuficientes que olvidamos o negamos que dependemos de Dios.
El papa Francisco se hace eco de esta afirmación al advertirnos “no se pongan demasiado cómodos.” Cuando no le damos el verdadero valor a la vida y asumimos que tenemos derecho a todos los obsequios que Dios nos ha dado, descuidamos nuestras responsabilidades como personas libres y corremos el peligro de perder el obsequio más valioso que Dios nos ha entregado: el alma.
Afortunadamente el tiempo de la Pascua nos recuerda que hemos sido redimidos por la cruz de Cristo. El amor infinito de Dios ha destruido los muros de nuestra prisión y nos ha enseñado la vía de escape. El amor desinteresado de Cristo ha vencido sobre el pecado y la muerte. Es por ello que nos regocijamos en la cruz de Cristo, por lo que entonamos el aleluya y por lo que le agradecemos a Dios por el obsequio de su gracia salvadora. Cristo resucitado nos ha liberado y, gracias a ello, ¡nadie jamás podrá despojarnos de nuestros derechos fundamentales ni de nuestra dignidad como hijos libres del Dios vivo!
Tal como el ex presidiario soviético descubrió, la libertad es un obsequio que debe ser cultivado. Si se descuida, la libertad puede llegar a confundirse fácilmente con el libertinaje, la noción de que podemos hacer lo que queramos, sin sufrir consecuencias. Malinterpretamos la libertad como un sentido de derecho que nos convence de que nos merecemos todo lo que nos han dado, sin importar los sacrificios que hayan hecho los demás.
Pero la verdadera libertad es lo opuesto al libertinaje o a creer que algo nos corresponde por derecho. La verdadera libertad es un obsequio que debemos atesorar y tomar en serio. Cuando finalmente la reconocemos, la verdadera libertad es una fuente de alegría y gratitud porque sabemos lo valiosa y rara que es, y lo fácil que es perderla a consecuencia de nuestro descuido.
Durante el tiempo de Pascua démosle gracias a Dios por el obsequio de la libertad. Decidámonos a ser buenos administradores de este precioso obsequio. Y combinemos nuestra alegría pascual con el reconocimiento aleccionador de que nuestra libertad es algo que podemos perder de vista fácilmente si no le damos su justo valor.
Que el Señor resucitado nos bendiga abundantemente durante este tiempo de Pascua. ¡Que sus palabras y sus ejemplos nos inspiren siempre! †
Traducido por: Daniela Guanipa