Cristo, la piedra angular
La Cuaresma es una época de arrepentimiento y renovación
“No apartes tu rostro del pobre y el Señor no apartará su rostro de ti. Comparte tu pan con los que tienen hambre y tus vestidos con los que están desnudos. Da limosna de todo lo que te sobra y no lo hagas de mala gana”
(Tb 4:7,16).
El miércoles pasado bendijimos y distribuimos cenizas como signo de nuestra mortalidad y total dependencia de la gracia de Dios. Al continuar con nuestra travesía, en el primer domingo de Cuaresma se nos recuerda que este es un momento de arrepentimiento y renovación en preparación para el dolor por la pasión y muerte de Cristo, y la alegría de la resurrección del Señor.
La Cuaresma es una época de oración, ayuno y limosna: tres términos tradicionales que designan actos muy sencillos pero también muy poderosos; actos destinados a prepararnos para aceptar el poder sanador de Jesús que recibimos de una forma especial en la Pascua.
A través de la oración confesamos humilde y sinceramente nuestros pecados, es decir, todo aquello que nos aleja de Dios y de nuestros hermanos por atender a nuestros propios deseos egoístas. En la oración nos realineamos con la voluntad de Dios para nosotros, al rezar de corazón “venga a nosotros tu reino; hágase tu voluntad, así en la tierra como en el cielo.” De esta forma, nos abrimos a la voluntad de lo que Dios desea para nosotros, nos despojamos del egoísmo y permitimos que el amor de Dios nos sane y nos guíe en nuestra vida diaria.
Mediante el ayuno se nos recuerda que el hecho de querer algo no significa que lo necesitemos ni que sea bueno para nosotros.
El ayuno nos ayuda a alejarnos de esa vida mimada en la que “yo” soy el centro de todo aquello a lo que nos empuja la cultura moderna, especialmente a través de la publicidad y los medios de entretenimiento a los que estamos expuestos a diario. “Si es algo que te gusta, hazlo. Si tu vecino lo tiene, tú tienes que comprarlo. Si lo quieres, adelante.”
El ayuno y la autoprivación nos recuerdan que la vida es mucho más que satisfacer nuestros propios deseos. Ayunamos para prepararnos para una vida de genuino servicio y sacrificio como discípulos de Jesucristo.
Durante la Cuaresma observamos tradiciones antiguas de ayuno y abstinencia porque sabemos que son el camino hacia la salud espiritual y a la alegría que solo es posible mediante la pasión, muerte y resurrección de Cristo.
Mediante la limosna que incluye compartir generosamente nuestro tiempo, talentos y riquezas, descubrimos que la mejor forma para liberarnos de la influencia negativa del egoísmo y del pecado es abrir nuestros corazones (y nuestras billeteras) para dar a los demás. ¿Alguna vez ha conocido a una persona generosa que estuviera amargada, fuera egocéntrica o fuera presa de sus propios pecados?
Dar es lo opuesto del egoísmo; es la solución a la soledad y la desesperación que sobrevienen cuando creemos en el bombo publicitario de los medios de comunicación que nos dicen que mientras más tengamos, más felices seremos. Practicar la limosna nos ayuda a recordar que somos más felices cuando compartimos con los demás, alegrándonos al saber que Dios ha compartido con nosotros el don de la vida y del amor, y nos ha hecho sus hijos libres.
El evangelio del primer domingo de la Cuaresma (Mc 1:12-15) nos dice que no estamos solos a la hora de enfrentar las tentaciones. San Marcos relata que “el Espíritu lo llevó al desierto” (Mc 1:12) lo que sugiere que tal vez la naturaleza humana del Señor habría preferido quedarse donde estaba más cómodo. Obedeciendo lo que el Espíritu Santo le indicaba, Jesús fue al desierto donde estuvo 40 días y “fue tentado por Satán” (Mc 1:13). Afortunadamente, no estaba solo. San Marcos nos dice que “vivía entre las fieras, y los ángeles lo servían” (Mc 1:13).
La Iglesia propone la temporada de la Cuaresma como una “experiencia en el desierto,” no porque estemos ansiosos de hacer penitencia, sino porque hacemos bien en seguir el ejemplo del Señor y buscar oportunidades para renovarnos. Si respondemos con corazones y mentes abiertos recibiremos la oportunidad de enfrentar a los demonios que nos tientan a caer en el egoísmo y el pecado. También viviremos la experiencia del ministerio de los ángeles que nos reconfortan con la certeza del amor y la misericordia de Dios.
En esta Cuaresma, vayamos al desierto con Nuestro Señor Jesucristo. Confesemos nuestros pecados y abramos nuestros corazones a la misericordia de Dios. La oración, el ayuno y la limosna son virtudes cuaresmales, pero debemos practicarlas todo el año si deseamos ser verdaderamente felices.
Que las fieras, que se cuentan entre las más majestuosas de las criaturas de Dios, nos protejan de todo mal y que los ángeles divinos nos cuiden durante la Cuaresma y siempre. †