Cristo, la piedra angular
La Cuaresma en una época para dar, pero no de mala gana o por obligación
“Sepan que el que siembra mezquinamente, tendrá una cosecha muy pobre; en cambio, el que siembra con generosidad, cosechará abundantemente. Que cada uno dé conforme a lo que ha resuelto en su corazón, no de mala gana o por la fuerza, porque Dios ama al que da con alegría. Por otra parte, Dios tiene poder para colmarlos de todos sus dones, a fin de que siempre tengan lo que les hace falta, y aún les sobre para hacer toda clase de buenas obras”
(2 Cor 9:6-8).
La Cuaresma es una época de intensa oración, ayuno y limosna (compartir con los demás, especialmente los pobres).
Muchas veces hemos escuchado que: “Dios ama al que da con alegría” (2 Cor 9:7). Y es cierto. Cuando somos capaces de dar “sin sentirnos obligados o de mala gana,” sentimos la verdadera alegría.
Dar es un acto de transformación. Mientras más generosamente damos, nos convertimos en mejores personas y, paradójicamente, mientras más sacrificamos, más recibimos a cambio y mejor nos sentimos.
Dios ama a las personas que dan con alegría porque le encanta ver que alcanzamos nuestro máximo potencial como Sus hijos. Le encanta vernos crecer en nuestro amor por Él y por el prójimo. A Dios le encanta ver que nos transformamos y nos asemejamos a Cristo, que somos más generosos y abnegados, porque sabe que esto es lo que nos aportará la satisfacción más genuina. La felicidad verdadera proviene de vivir generosamente para los demás. El resultado de vivir únicamente para nosotros mismos es una profunda tristeza e insatisfacción.
Es por ello que los grandes santos también son los más generosos. La lista es interminable: san Martín de Tours, san Francisco de Asís, santa Theodore Guérin, santa Teresa de Calcuta y muchos más. Todos ellos son modelos de generosidad y alegría, lo que el Nuevo Testamento denomina “dar con alegría.”
Pero no debemos malinterpretar el mensaje: dar con alegría no significa que no entrañe dolor o sacrificio. La entrega del propio ser, el dedicar tiempo y ofrecer talentos, y donar cosas materiales, son actividades que nos cuestan algo. Este es el significado del “obsequio penitencial.” Entregar un obsequio que no nos ha costado nada no tiene ningún mérito.
Los obsequios o dones trascendentales, es decir, los obsequios penitenciales, son costosos puesto que nos privan de algo valioso pese al hecho de compartirlos deliberadamente con alguien.
¿Cómo podemos convertirnos en personas que dan con alegría? Con práctica y observando a los niños: compartir no es algo que los niños hagan naturalmente; los padres enseñan a sus hijos a compartir con los demás. Esto por lo general no resulta fácil, pero conforme los niños aprenden a compartir con sus hermanos y sus amigos, se divierten más. Las conductas egoístas (“Esta es mi pelota y tú no puedes jugar con ella”) conllevan a sesiones de juego desagradables. Pero compartir es lo que facilita el juego y hace que sea agradable.
Lo mismo sucede con los adultos. Podemos encerrarnos en urbanizaciones enrejadas y aferrarnos a lo que tenemos, o podemos compartir con los menos afortunados que nosotros. La elección es nuestra. Sin embargo, vivir de un modo egocentrista no conduce a la alegría ni a la felicidad.
Tal como nos enseña san Pablo: “Dios tiene poder para colmarlos de todos sus dones, a fin de que siempre tengan lo que les hace falta, y aún les sobre para hacer toda clase de buenas obras” (2 Cor 9:8). Tener todo lo que necesitamos significa que somos capaces de compartir libremente con los demás. Y lo maravilloso es que mientras más damos, más recibimos en forma de dones espirituales que nos hacen verdaderamente felices.
Los niños aprenden a compartir a regañadientes, y los adultos a veces son incluso peores. Con el paso de la edad, nos aferramos a las cosas (especialmente al dinero y a lo material) puesto que nos preocupamos por el estatus, la comodidad o la seguridad. Deshacerse de las cosas puede resultar muy difícil, pero siguiendo el ejemplo de los santos, es un aspecto esencial si deseamos crecer en nuestra santidad y sentir la alegría eterna.
Dios ama al que da con alegría pero recibe de buen grado los dones de todos. ¿Por qué? Porque tenemos que empezar de alguna forma y, cuando damos, nos convertimos en mejores personas y nos sentimos mejor.
Practique dar, aunque le duela. Mientras más entregue, más gracias recibirá. Y aunque empiece dando a regañadientes, el tiempo y la experiencia lo transformarán en una persona que da con alegría. Si no me cree, pregúntele a una persona verdaderamente generosa.
La generosa administración de todos los dones de Dios (espirituales y materiales) debería ser una constante durante todo el año pero la época de la Cuaresma nos ofrece oportunidades especiales para hacer de la “limosna” una prioridad en nuestras vidas. Si no damos de mala gana o por obligación, y en cambio lo hacemos como administradores generosos y agradecidos de todos los dones de Dios, muy pronto nos convertiremos en dadores entusiastas que comparten con gusto los abundantes dones de Dios con los demás, especialmente con los pobres.
Que nuestra Santa Madre María y todos los santos nos inspiren a convertir el acto de dar limosna (no de mala gana o por obligación) en un aspecto importante de la observancia de la Cuaresma. †