Cristo, la piedra angular
El toque sanador del Señor puede unirnos y curar heridas
La lectura del Evangelio del próximo fin de semana (Mc 1:40-45), sexto domingo del tiempo ordinario, describe uno de los muchos casos en los que Jesús cura a un hombre que padece lepra, una enfermedad contagiosa que afecta la piel, las mucosas y los nervios, provoca manchas y bultos en la piel y, en casos graves, desfiguración y deformidades.
Según san Marcos: “Y vino a él un leproso implorándole, y de rodillas le dijo:
—Si quieres, puedes limpiarme. Jesús, movido a compasión, extendió la mano, lo tocó y le dijo:—Quiero; sé limpio. Y al instante desapareció la lepra de él, y quedó limpio. En seguida lo despidió, después de amonestarlo” (Mc 1:40-43).
La lepra (enfermedad de Hansen) es relativamente rara hoy en día, pero cuando se produce se propaga a través de gotitas respiratorias (tos o estornudos) y debe ser tratada por profesionales médicos para evitar enfermarse de gravedad e incluso la muerte. En tiempos de Jesús, y hasta hace muy poco, no había cura para esta horrible enfermedad, por lo que a los hombres, las mujeres y los niños con lepra se los aislaba del resto de la sociedad.
Aunque estamos familiarizados con los relatos de las curaciones de leprosos que realizó Jesús, su impacto es seguramente mayor ahora que todos hemos experimentado los horrores causados por la pandemia de la COVID-19.
Cuando nos encontramos por primera vez con esta plaga moderna hace más de un año, no había cura. El aislamiento, usar mascarillas, desinfectarnos frecuentemente las manos y todo lo que tocamos era la única esperanza que teníamos de evitar el contacto con esta enfermedad potencialmente letal. Ahora existen vacunas y poco a poco se ponen a disposición de todos, pero las medidas de precaución originales siguen siendo de vital importancia para la salud y la seguridad pública aquí en los Estados Unidos y en todo el mundo.
A raíz de la actual pandemia, podemos comprender mejor el significado de las sencillas pero poderosas acciones de Jesús. Al acercarse y tocar a los leprosos, estaba transgrediendo un tabú estricto. En su compasión por el sufrimiento de la humanidad, Jesús empleó el poder curativo de Dios y afirmó la fe del hombre: “Si quieres, puedes limpiarme” (Mc 1:40).
Sin embargo, esta historia no es tan sencilla como parece. ¿Por qué Jesús despide inmediatamente al leproso recién curado, “después de amonestarlo”? (Mc 1:43) ¿Por qué le dice: “Mira, no digas nada a nadie. Más bien ve, muéstrate al sacerdote y ofrece lo que mandó Moisés en cuanto a tu purificación, para testimonio a ellos” (Mc 1:44).
Hoy en día deberíamos comprender mejor la importancia de seguir los protocolos obligatorios a la hora de tratar enfermedades mortales y contagiosas. Jesús está dispuesto a salirse de la norma para llevar a cabo la curación del hombre, pero insiste en que se sigan estrictamente los procedimientos adecuados para cerciorarse de que esté “limpio” y, por tanto, sea capaz de volver a la vida cotidiana. Entonces, como ahora, los protocolos para garantizar la seguridad pública eran de vital importancia, por muy irritantes o incómodos que pudieran parecer.
Por supuesto, san Marcos nos dice que, en su euforia, el hombre recién curado ignoró la amonestación de Jesús y “comenzó a proclamar y a difundir mucho el hecho” (Mc 1:45). El resultado de esto le trajo problemas a Jesús. Como leemos en el Evangelio de este domingo, el hombre comenzó a “difundir mucho el hecho, de modo que Jesús ya no podía entrar abiertamente en ninguna ciudad sino que se quedaba afuera en lugares despoblados. Y venían a él de todas partes” (Mc 1:45).
En nuestro cinismo, quizá nos sintamos tentados a citar el viejo refrán: “Ninguna buena acción queda impune,” pero en realidad este incidente en la vida de Jesús debería recordarnos que, aunque nuestras reacciones tienen a menudo consecuencias no deseadas, la gracia de Dios es suficiente para superar cualquier dificultad. A Jesús se le impidió entrar en los pueblos vecinos, pero la gente de todas formas se le acercó. Los tocó, y sus corazones, mentes y cuerpos fueron sanados.
Dios sabe que, especialmente en este momento que estamos atravesando, nuestro país y nuestro mundo necesitan urgentemente el toque sanador de Jesús.
Hagamos todo lo posible para llevar la bondad y la compasión a las situaciones en las que el resentimiento y la división se están enconando. Recemos para que los líderes del país, y todos nosotros, pongamos en práctica el mandamiento de Jesús de amarnos los unos a los otros, perdonar a nuestros enemigos y orar por los que nos persiguen.
Podemos tocar la vida de los demás con actos de simple bondad y generosidad, y al mismo tiempo cumplir con los protocolos de distanciamiento social.
Sanemos las heridas causadas por el malestar social, las dificultades económicas y las diferencias políticas; unámonos como hermanas y hermanos en Cristo dejando de lado nuestras diferencias y trabajando juntos para construir comunidades de justicia y paz.
Que el toque sanador del Señor nos una y cure todas nuestras heridas.
San José, patrón de la Iglesia, ora por nosotros. †