Cristo, la piedra angular
Somos discípulos misioneros que viajan por el camino hacia el cielo
“Tú, Señor, me creaste y me diste el cuerpo y el alma y todo lo que tengo; y tú, mi Dios, me has hecho a tu semejanza, y no a los falsos dioses de los gentiles. Oh cristianos, demos gracias y alabemos a Dios, tres y uno, que nos ha dado a conocer la fe y la verdadera ley de su Hijo Jesucristo.” (San Francisco Javier)
Hoy, viernes 3 de diciembre, recordamos a san Francisco Javier, que junto con Ana Teresa Guérin (la Madre Teodora) son los santos patronos de nuestra arquidiócesis. Ambos fueron misioneros que dejaron la comodidad y la seguridad de sus países de origen para predicar el Evangelio en tierras extranjeras.
Francisco Javier fue uno de los siete hombres, incluido san Ignacio de Loyola, que fundaron la Compañía de Jesús (los jesuitas) el 15 de agosto de 1534. Francisco había conocido la riqueza y el privilegio como hijo de un noble vasco pero también fue testigo del horror de la guerra cuando la casa y las propiedades de su familia fueron destruidas por los invasores españoles que reclamaron el País Vasco como parte de España.
Como estudiante universitario en París en 1529, Francisco compartió alojamiento con Ignacio de Loyola. Los biógrafos cuentan que Francisco, que era ambicioso y mundano, se resistió al principio a la influencia de Ignacio, pero finalmente se convirtió de todo corazón a la forma de vida que posteriormente pasó a ser la Compañía de Jesús.
El plan inicial era que Francisco llegara a ser teólogo y que dictara clases en las universidades europeas; pero la providencia de Dios dispuso otra cosa. En 1540, Ignacio le pidió a Francisco que fuera en un viaje misionero a la India para ocupar el lugar de un compañero que estaba enfermo. Francisco aceptó el encargo y pasó el resto de su vida como misionero en Asia.
Además de su labor en la India y los territorios circundantes, Francisco Javier es conocido como el primer misionero cristiano que evangelizó al pueblo de Japón. Su intención era ser evangelista en China, pero murió a causa de una fiebre el 3 de diciembre de 1552, mientras aguardaba en una isla cercana a que un barco lo llevara a la China continental.
La Iglesia universal honra a san Francisco Javier, junto con santa Teresa de Lisieux como copatronos de todas las misiones extranjeras. Su valentía y su fidelidad al Evangelio, unidas a su insistencia en comprender la lengua, la cultura y las creencias de los diversos pueblos a los que fue enviado a servir, hacen de san Francisco Javier un modelo para todos los que estamos llamados a ser discípulos misioneros de Jesucristo en todo tiempo y lugar.
El proceso sinodal que hemos iniciado aquí en nuestra arquidiócesis, y en las diócesis de todo el mundo, tiene un profundo carácter misionero. Se nos pide, en palabras del Papa Francisco, “ir más allá de nosotros mismos” como individuos, familias y comunidades. Se nos desafía a mirarnos unos a otros con nuevos ojos y a escuchar atentamente las voces de los que son diferentes a nosotros. El objetivo, en última instancia, es ayudarnos a todos—cada uno a su manera—a encontrarnos con la persona de Jesucristo que viene a nuestro encuentro “dondequiera que estemos” en el camino de la vida.
Como nos dice el Papa Francisco, cuando Jesús se encuentra con la gente en sus viajes, no los acoge como extraños sino como compañeros de viaje:
“El Señor no se mantiene al margen; no parece molesto ni perturbado; al contrario, está completamente presente para esta persona. Está abierto al encuentro. Nada le es indiferente a Jesús; todo le preocupa. Encontrarse con rostros, mirarse a los ojos, compartir la historia de cada uno: esa es la cercanía que encarna Jesús. Sabe que la vida de alguien puede cambiar con un solo encuentro. El Evangelio está lleno de esos encuentros con Cristo, encuentros que elevan y curan. Jesús no se apresuró ni miró el reloj para terminar la reunión. Siempre estaba al servicio de la persona con la que estaba, escuchando lo que decía.”
¿Acaso no es esto lo que estamos llamados a hacer como discípulos misioneros: estar siempre al servicio de los demás, y a escucharlos con la mente y el corazón abiertos? Ciertamente, esto es lo que hicieron Francisco Javier, la Madre Teodora Guérin, y lo que hacen todos los misioneros de éxito: no imponen su fe a los demás, sino que se esfuerzan por presentar a la persona de Jesucristo utilizando un lenguaje, unas imágenes y unos símbolos fáciles de comprender, incluso en situaciones radicalmente diferentes.
Hoy, mientras honramos a un querido santo patrón aquí en el centro y sur de Indiana, y en todo el mundo, recemos por la gracia de ser fieles discípulos misioneros.
San Francisco Javier, ruega por nosotros. Ayúdanos a encontrar a Jesús, y a los demás, mientras caminamos juntos en este proceso sinodal. †